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Buena vecindad en la "zona cero" de Portoviejo

Se quedaron en zona cero, en unos casos solos y en otros con familiares y amigos, y sostienen que nunca se sintieron inseguros.

Martes 11 Octubre 2016 | 04:00

Adelaida Loor Ureta vive con su hermano en la calle 18 de Octubre entre 10 de Agosto y Córdova, junto al hotel Ejecutivo. 

El terremoto los cogió en su casa, de construcción mixta, que no sufrió daños y aunque sus vecinos se fueron temporalmente a otros sectores porque la zona fue cerrada, ellos nunca pensaron en salir. 
Señala que siempre tuvieron agua y electricidad y la inseguridad no fue problema para ellos porque los militares estuvieron pendientes. 
Una vez abierta la calle, asegura que está feliz con el retorno de sus vecinos y ahora solo espera que la situación se normalice y vuelva la tranquilidad a la zona, que ha albergado a su familia desde hace 100 años, cuando se construyó la casa que habita.
VIVENCIAS. En el callejón Navarrete y Francisco Pacheco está Teresa Ponce Zambrano. Vivía en un segundo piso, con paredes de caña y piso de madera, que se fue abajo en el terremoto. 
Ahora está en la primera planta, con su hija y dos nietas, y dice que perdió la esperanza de que le llegue la ayuda del Gobierno.
La señora, de 81 años de edad, no consta en la lista de damnificados porque, indica, no dejó su casa. Entonces, no ha recibido los bonos de vivienda, alimentación o alquiler. Y antes del terremoto le quitaron el bono de desarrollo humano “porque, dicen que mis tres hijos trabajan, pero no viven conmigo”, recalca.
Pese a las dificultades no pierde la alegría de vivir y cuenta que la experiencia de estar en zona cero fortaleció la relación con su familia y los vecinos, con quienes durmió 15 noches en la vereda.
En el callejón Navarrete residen cinco familias que no salieron del lugar.
Rebeca Castro, nuera de Teresa Ponce, vive con su esposo en la casa que un vecino le cedió temporalmente.    
Recuerda las noches a oscuras, la cocina comunitaria que armaban al frente, sobre la calle 18 de Octubre, donde compartían los alimentos que sus parientes les llevaban con otras cuatro familias que también se negaron a ir al albergue, porque no querían dejar sus viviendas.
“Siempre nos sentimos acompañados y eso nos fortalece para seguir en la lucha, para volver a comenzar”, expresa.
En todos los casos indicaron que a pesar de la oscuridad en las calles no se sintieron abandonados, porque los militares hacían rondas y se acercaban a preguntar si necesitaban algo.
Loor recuerda con especial consideración a Miguel Iturralde, quien estuvo un tiempo al frente de la seguridad en zona cero y siempre se acercaba a ver cómo estaban. Igual señala Teresa Ponce. Para ellas, el terremoto les dejó una lección de solidaridad.  
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