Los hijos de Rosibel Martínez son un reflejo de esta realidad. Martínez es madre soltera, vendedora de empanadas y pasteles, de 37 años y con cinco hijos. Uno de ellos es un bebé de siete meses que padece de desnutrición.

Dilan, que nació en la semana 37 de embarazo con 2,5 kilos, según contó su madre, fue amamantado hasta los cuatro meses pues su progenitora después tuvo que trabajar para seguir manteniendo el hogar. Durante ese período el pequeño también fue alimentado con leche de fórmula cuando tenían “la suerte de conseguirla”, pero desde hace tres meses no ha logrado dar con el alimento.

“La última vez que la compré me costó cinco mil bolívares el pote pequeño (...) eso me dura una semana y lo que hago es que mezclo la leche con maicena para que rinda”, explicó Martínez. 

En lo invertido en la leche materna Martínez gastó un 33 % del salario mínimo en Venezuela (15.051 bolívares).

Ante esta situación, comenzó a alimentar a su hijo con biberones de agua de maicena, chicha, sopas de ahuyama y apio que, a veces, no incluyen proteínas por el alto costo de la carne y el pollo, aseguró, y esto es lo que ha llevado al infante a perder unos 2,8 kilos en el último mes.  

La escasez de fórmulas lácteas afecta asimismo a los hospitales. En el caso del centro pediátrico de referencia en Venezuela, el JM de Los Ríos, se ha logrado resolver gracias a las donaciones llegadas de Estados Unidos y España, según la jefa del Servicio de Nutrición, Ingrid Soto. La escasez también  ha provocado que colegios públicos dejen de dar de comer a los alumnos.