De pronto la muerte vino de prisa, galopando, juntándose al viento de la aurora. Y la ciudad, a pesar de su crecimiento, sigue teniendo sus propias alcancías, por eso no demoramos en saber que Tito y Haroldo, asomados al muelle, habían redactado su pasaporte final. Tito Molina Farfán, actor de teatro, declamador y cantante, todos estos atributos los cultivó casi en silencio, como para que hoy entren a formar parte de la bodega donde se esconde el olvido. Por eso quiero afirmar, desde acá, donde se acumula la reflexión, que Tito le dio categoría y énfasis a la poesía como declamador. Los escenarios portovejenses y manabitas, siempre recordarán Canto a Latinoamérica, original del poeta portovejense Jorge Cevallos Calero, en la voz y en los labios del recordado hermano; lo mismo sus actuaciones como actor en lo que fue un momento de esplendor del teatro manabita: el grupo Joaquín Gallegos Lara, cuyo director fue Humberto Solórzano, un abogado que viajó siempre en los trenes de la cultura. Y después, la muerte de Haroldo Loor, un eterno funcionario público que le dio pergaminos a la estatura más alta de la honradez. Caminó todos los días de su corta vida las calles de Portoviejo, entre el humor de sus camaradas, como yo, que disfruté de su amistad, siempre dosificándolo de energías positivas.