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Lucía y la rutina del sufrimiento

Desde hace cinco meses Lucía Pérez despierta con ganas de quitarse la vida.

Viernes 01 Julio 2016 | 06:00

Aunque no ha intentando hacerlo, la idea ronda su angustiada mente. 

Lucía tiene 56 años de edad, hace seis quedó ciega y hace cinco meses perdió la pierna derecha debido a la diabetes. 
Desde entonces no abandona su cama. Llora, pero lo hace bajito para poder  escuchar la voz de su hijo de 30 años, quien tiene discapacidad física y mental. 
Al escucharlo sabe que sigue allí, a su lado, sentado en una silla plástica y jugando con legos. 
Lucia está deprimida, se nota en cada palabra. Llora, lo hace a cada momento mientras relata su historia. Cuando su visión se apagó, ella debió buscar ayuda. 
Una fundación privada la capacitó durante un año  para que reconozca su hogar. Es decir, pueda circular en la casa y realizar los quehaceres a pesar de la discapacidad. Lucía aprendió y así se manejó durante más de cuatro años. 
“Yo podía lavar, cocinar, limpiar la casa, atender a mi niño (hijo) y hacer muchas cosas a pesar de estar ciega”, recordó. 
Para realizar los oficios se ayudaba con un bastón que le permitía no tropezar y encontrar lo que buscaba. Era su timón. 
La ceguera no era un impedimento para ella, hasta que le amputaron la pierna. 
En el hospital se resistió al corte y por eso abandonó la casa de salud. 
Lucía pidió a sus familiares que la lleven a médicos de Portoviejo para intentar salvar su pie infectado con gangrena. 
Con el tiempo nada se pudo hacer, la enfermedad creció, infectó su hueso y no hubo más alternativa que eliminar su pierna hasta la rodilla. La penuria de Lucía iniciaba. 
POSTRADA. Lleva cinco meses postrada en cama. Sabe que hay vida fuera de casa porque una radio antigua la informa. 
El equipo está a su lado, en el colchón, donde también hay un bolso para guardar un celular que suena de vez en cuando, porque casi nadie la llama. 
Lucía contó que no deja la cama porque no puede moverse con una pierna. 
Tiene una silla de ruedas pero, aseguró, tampoco le sirve para movilizarse. Para ella no hay nada que le sirva. Solo lamenta y llora por su condición. 
Está muy deprimida, tanto que la única razón para vivir es Edison, su hijo con discapacidad. Dice que por él no se ha quitado la vida. 
“No he dejado de pensar  en morir cada vez que despierto, pero luego pienso en mi hijo y me detiene su amor. No puedo dejarlo solo en este mundo, por más triste que me sienta en esta cama donde mi vida se consume poco a poco”, mencionó Lucía. 
Su hijo de 30 años tampoco puede moverse. Solo pasa en una silla mirando hacia la calle o jugando con legos sin entender para qué sirven, sin comprender que mamá se consume en el dolor y la desesperación.  
Lucía vive en la ciudadela 15 de Abril, en la avenida 217, entre calles 323 y 324, cerca al comité barrial del sector.    
AYUDA. Lucía cobra los 50 dólares del Bono de Desarrollo Humano (BDH) y 250 dólares por la discapacidad de su hijo. 
El dinero le alcanza para alimentarse y las medicinas. Ella y su hijo viven en casa propia, la cual permanece bajo llave. La puerta no puede estar abierta, porque alguien podría entrar y robar. 
Luisa Pérez es la hermana y vive a un costado de la vivienda. Ella y otra hermana son quienes cuidan a Lucía. Les llevan el alimento, los asean y arreglan la casa. 
“Yo tengo responsabilidades en mi casa, al igual que mi otra hermana, pero tampoco podemos abandonarla a ella (Lucía) en las condiciones en las que está”, señaló Luisa. 
Durante la entrevista, solo en un instante la esperanza de levantarse apareció en Lucía. 
Cuando se le sugirió una prótesis, ella retiró sus manos del rostro para levantar su mirada, pensar, y luego decir que esa sería buena ayuda para salir de esa cama que la tiene presa.
También reconoció que necesita de una terapia psicológica que la anime, que la saque el hueco depresivo donde cayó, porque a pesar de haber perdido la vista y que la muerte le ronda la cabeza, Edison la anima a vivir. Él es el niño de sus ojos. 
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