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La cultura pueblerina
La cultura pueblerina
Por: Eudaldo Flor

Miércoles 29 Junio 2016 | 04:00

Hace más de veinte años que no me reúno con mis amigos, conversadores de cosas profundas. Los extraño, porque sería un consuelo tratar en la actualidad con personas como ellos. No es mi deseo ponderar su intelecto. Más bien me complace el recuerdo de su integridad de caballeros del pensamiento y buena conducta y de los placenteros ratos que con libertad disfrutábamos, para confiar nuestras inquietudes sinceras y soñadoras. A veces locas o disparatadas, pero con un gran sentido del humor.

Tan interesantes  y peculiares eran  algunos temas que se me ocurrió en aquella época escribir una gran obra que titularía “Las conversaciones” que no llegue a concretar, y  de la que tengo algunos borradores. Uno  de ellos, al descifrar su contenido, me ha hecho lanzar una alegre carcajada:
Hacíamos historia sobre el  querido Portoviejo de la primera mitad del siglo, basados en las memorias de un viejo amigo, notable periodista y pintor de ese tiempo pasado, que nos acompañaba esa noche  de amena tertulia; y ante el deleite nuestro narraba hechos y circunstancias de una época pasada, cuando la vieja cultura europea extinguía su rancio perfume en la pequeña ciudad de San Gregorio.
Nos contaba con fluidez que en la segunda década del siglo Portoviejo tenía un  hipódromo, donde hoy se levanta el estadio y donde el hipismo tuvo sus días de gloria en esos años de la primera conflagración mundial. Se corrían caballos con los nombres de Joffre, Paris, Verdun, Káiser, Pétain,  en honor a ilustres figuras de aquella guerra. Para 1927 tuvo un teatro, una gran biblioteca para una sociedad nutrida de poesía, de pianos  y música de Euterpe.  Visitada por compañías teatrales de las viejas y clásicas  comedias. Y por grandes artistas internacionales.
 Nos conversaba, exaltado, que los bailes sociales los iniciaba el vals que señoreaba  en suntuosos salones; y que desde los floridos balcones  se descolgaban a la calle dulces melodías emanadas de los frágiles dedos  de manos femeninas. Pero, lo causante de mi carcajada, fue la explosión de mi querido y más sensible amigo, quien dijo   emocionado por la fantasía  de la narración de una realidad contrastable con la que vivíamos en esos días: ¡Caramba! Hay que formar el partido Colonialista! Nos burlamos de sus palabras con humor y buenas intenciones desde luego; pero en el fondo lo entendimos; y hoy, que ya no está en el mundo visible nuestro ilustrado personaje, lo entiendo más que en ese momento. Y comprendo profundamente a su alma de artista y exquisita cultura. También entiendo la conducta humana de la actual  mayoría de los habitantes de la ciudad capital.El título de este comentario denuncia la visión cultural de aquellos dirigentes y su accionar en la ciudad capital, Villa nueva de San Gregorio de Puerto Viejo.
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