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Manta
Pesadilla en el hospital Rodríguez Zambrano

Médicos, la gerente y una guardia del hospital Rafael Rodríguez Zambrano narran el drama del 16A.

Domingo 19 Junio 2016 | 11:23

Esa noche, cinco horas después del terremoto, Alejandra Rincón “renunció” a su profesión. 

Caminó hacia el carro donde estaba su madre para decirle que no podía más, que sus piernas estaban muy cansadas y que su fuerza para seguir trabajando se había acabado. Ella es cirujana del hospital Rafael Rodríguez Zambrano, y la noche del terremoto le tocó turno. 
Alejandra conducía un auto camino al hospital cuando ocurrió el sismo. Entonces dobló el volante y regresó a casa. Después de ver que sus hijos y mamá estaban bien, se regresó al trabajo. 
A las 19h15 llegó para ver un hospital distinto: gente llorando por todos lados y médicos evacuando a los  pacientes de cada piso. Ella  empezó a ayudar. 
El edificio fue evacuado y el parqueadero se convirtió ese rato en hospital. 
Los primeros pacientes con heridas leves empezaron a llegar, buscando atención entre la absoluta oscuridad de la noche. No había luz que permitiera mirar al suturar heridas.   
Alejandra, quien era jefa del equipo de cirugía esa noche, debía buscar soluciones. Recordó que andaba en carro y  prendió los faros para alumbrar una parte del área   donde ubicaron los heridos. Como la iluminación no era suficiente, pidió a sus compañeros que hicieran lo mismo. Y en cinco minutos 32 focos de 16 carros alumbraban mientras los galenos hacían su trabajo.
Hasta ese rato Alejandra no  tenía idea de la magnitud del movimiento telúrico. 
Creía que era un simple temblor, pero cuando asomaron los primeros pacientes graves comprendió la tragedia.
En dos horas, varios niños y adultos con extremidades mutiladas coparon las camillas del hospital. 
Mujeres embarazadas con signos de partos prematuros debido al susto se sumaban a la lista de pacientes. La noche de terror se escribía con los muertos cargados por sus familiares que, pensando que aún tenían vida, los llevaban hasta el hospital. 
La doctora entró en una especie de estado de shock con todo lo que veía. 
Segundos después se recuperó y volvió a ponerse manos a la obra.
UNA AMBULANCIA DE QUIRÓFANO.  No había lugar adecuado para amputar extremidades humanas. Entonces, a lo lejos, Alejandra observó una ambulancia  y pensó que podría servir de quirófano, y así fue. Pidió colaboración a su personal y lo acondicionaron. 
Ella comentó que  en una intervención en quirófano una amputación tarda hasta 40 minutos. Pero esa noche el proceso no podía tardar más de 15 minutos.
“Todo era rápido, porque así nos obligaba la emergencia. Amputábamos una pierna, luego sacábamos al paciente, se limpiaba la ambulancia y enseguida otro paciente estaba en nuestras manos. Al rato usamos otra ambulancia para poder asistir a otros heridos”, recordó ella. 
Las escenas en el  parqueadero eran dramáticas; se veía sangre por todos lados.
Era una carnicería.
Fue ese momento cuando Alejandra buscó a su mamá, quien minutos antes había llegado al hospital con sus nietos (hijos de Alejandra). 
La cirujana se le acercó para decirle que no podía más, que se rendía, porque era mucha la gente herida que llegaba a cada instante.
La madre se bajó del auto, la abrazó y le dijo: “Tú puedes hija, para eso estás aquí; tienes que ser fuerte, ve y regresa a ayudar”.
Esa voz le dio fuerza y volvió. Antes, les dijo a sus hijos que no lloraran, que mamá regresaría con ellos.  
Entonces apareció una niña de 12 años con un tubo de cama incrustado en una de sus piernas. 
Alejandra explicó que en un caso como ese se requiere de un quirófano para intentar  salvar una extremidad, no se lo puede hacer en una ambulancia, así que la única alternativa era amputar.  
Sin embargo, Alejandra vio en el rostro de aquella niña a sus hijos, y cortarle la pierna no estaba en sus planes esa noche. 
Para extraer el hierro y salvar la pierna de la niña era necesario ingresar al quirófano, área del edificio hospitalario que estaba custodiado por guardias que prohibían el ingreso. Se corría el riesgo de que el hospital cayera y murieran todos aquellos que entraran. 
Pero ingresar era la única oportunidad de evitar la amputación. Alejandra se armó de valor e ingresó con otros médicos. Además, el generador de energía eléctrica del hospital empezó a funcionar, aunque solo en algunas áreas, incluido el quirófano.
Mientras atendían a la niña, en el quirófano una réplica los paralizó. Se agarraron de las manos mientras las paredes del hospital terminaban de romperse. Varios ayudantes abandonaran la operación por temor. 
Alejandra estaba helada de miedo, pero la cirugía debía continuar. 
Si el edificio se desplomaba, morían todos. 
20 minutos después lo habían logrado. La pierna de la niña fue salvada. 
Después la derivaron a un hospital de Guayaquil. 
Alejandra no ha sabido más  de ella.
>OTROS HÉROES. César Azúa es el residente de la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI). Esa noche el terremoto lo hizo abrazarse de una columna del tercer piso del hospital. Pensó que el edificio de desplomaría y moriría sepultado.   
Él y otros médicos empezaron a bajar a los seis pacientes de UCI que esa noche estaban internados. Hoy solo uno de ellos está aún en el hospital. 
Otros cuatro fueron trasladados fuera de la ciudad, y uno murió días después del terremoto.  
La evacuación fue por las escaleras de emergencia.   
La tarea no fue nada fácil, pues estas personas son las más delicadas y graves que estaban internadas. 
Un error pudo haberle quitar la vida a una de ellas. 
Además, las camillas en las que reposan son muy pesadas. Al final lo lograron: todos estaban a salvo, incluso  una mujer a la que se le desprendió un catéter que le habían instalado en el corazón. 
Pamela Mendoza es otra heroína del hospital. No es médico, sino guardia de seguridad. 
Ella corrió hacia la escalera de emergencia para ayudar a sacar pacientes. En  el trayecto se encontró con un doctor, quien le dio una  termocuna donde dormían unos gemelos. El galeno los estaba rescatando y Pamela lo ayudó. Luego volvió en busca de un hacha para romper el candado del local  donde guardaban el oxígeno que necesitaban algunos pacientes. 
Cuando estuvo en el parqueadero, escuchó que los doctores pedían a gritos materiales y pinzas para coser  a los heridos de la tragedia. 
Entonces corrió e ingresó al quirófano para guardar en varias fundas lo que pedían los médicos. Bajó rápidamente y empezó a repartir lo que le pidieron. 
Pamela entendió que ingresar al hospital de nuevo era muy peligroso, pero volvió. Esta vez fue en busca de colchonetas para acostar a los heridos. Subió a uno de los pisos y desde la ventana empezó a lanzar las colchonetas con la ayuda de una compañera guardia. 
Pamela describe la noche como “fatal”, pues, a más de tantos heridos, le tocó ver una camioneta en cuyo balde estaban depositados siete cadáveres. 
María Beatriz Santos es la gerente de la casa de salud. Cuando llegó al lugar ella no encontró al hospital que meses antes había ganado una acreditación internacional. Encontró un edificio destruido. Gente atrapada en el ascensor, pacientes en el estacionamiento para carros, heridos, muertos y familiares desesperados por que salven la vida de sus seres queridos. 
Para Beatriz las consecuencias pudieron ser peores, pero no lo fueron gracias a esa misma acreditación. Es que para obtener este reconocimiento el hospital debió cumplir varios requisitos, y uno de ellos era estar preparado ante un desastre natural. Todo el personal fue capacitado para evacuar. Realizaron simulacros tantas veces, sin imaginar que el 16 de abril serviría de mucho. La gerente está segura de que, sin esa capacitación de respuesta, otra hubiese sido la historia.  
Hoy en el Rodríguez Zambrano ha vuelto la calma. El edificio sufrió daños de mampostería, cuyos arreglos cuestan 2.8 millones de dólares.   
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