Actualizado hace: 931 días 17 horas 27 minutos
Manta
La fortaleza de Ivonne, una madre que perdió a su hijo el 16A

Ivonne Orrala sobrevivió al terremoto, pero algo de ella murió ese día para siempre.

Sábado 28 Mayo 2016 | 10:30

En el Día de la Madre, Ivonne Orrala fue quien visitó a su hijo.

“Yo no debería estar aquí, eras tú el que tenías que haberme felicitado”, le dijo, no como un reclamo sino como un lamento porque su hijo no podía escucharla. Matías había muerto el 16 de abril. 
Ivonne le hablaba a una lápida, en un ritual que repite cada domingo: ir al cementerio y hablar con su hijo, aunque no pueda escucharle.
Pero Ivonne, una mujer pequeña y dueña de una voz segura que sufre quiebres cuando recuerda el día trágico, no se ha dejado vencer por la desgracia aunque aún siente su peso como si fueran las placas de cemento que cayeron sobre ella y sus dos hijos el día del terremoto.
El mayor de los dos era Matías: tenía cuatro años. El día del sismo el niño  se divirtió en una reunión familiar como quizás nunca antes lo había hecho. Tanto jugó, que llegó a casa y se quedó dormido junto a su hermana Isabella, de dos años. 
Entonces empezó a temblar. Ivonne, que estaba fuera de la habitación, fue hasta ellos y apenas tuvo tiempo de abrazarlos cuando los tres pisos de la casa en que vivía en el barrio Miraflores se vinieron abajo. De un momento a otro todo se llenó de oscuridad.  Ellos estaban en la planta baja.
“Mamá, mamá”, alcanzó a decir Matías con un hilo de voz. El niño había quedado atrapado unos pasos más allá de su madre. Luego se calló. Isabella había quedado entre las piernas de Ivonne. En la oscuridad, y en el poco espacio entre el piso y las placas de cemento, se había hecho un silencio de muerte.
Ivonne pensó que sus dos hijos habían fallecido y deseó morir allá abajo. Que se acabara el oxígeno porque no había razón para sobrevivir. Pero su pequeña hija balbuceó y eso le devolvió las fuerzas. 
“Quería levantar esa casa, la quería levantar con todas mis fuerzas, pero no pude…”, cuenta y la voz se le entrecorta; “a veces me siento culpable por no haber podido haber hecho más”, continúa y los ojos se le llenan de lágrimas. 
A las once de la noche, familiares y vecinos lograron mover los escombros de una casa de tres pisos, ahora reducida a nada. Sacaron a Ivonne y a Isabella, pero el cuerpo de Matías había quedado atrapado entre las placas de cemento y la cama.
“Al día siguiente me entregaron el cuerpo y no podía creer que mi hijo estuviera muerto: parecía como si estuviera dormido”, cuenta como si aún se negara a creerlo y otra vez vuelve a llorar impotente.
> Ahora.  El martes Ivonne caminaba por entre las carpas asentadas en un solar ubicado en el barrio Santa Fe, que ahora se ha convertido en un albergue no oficial, en el que 240 personas conviven luego del terremoto.
Es desde aquí donde quieren renacer, pero necesitan de ayuda, explican algunos habitantes del asentamiento. La mayoría no tiene certeza de lo que harán en el futuro: no quieren volver a sus casas porque han quedado sentidas luego del terremoto y tienen miedo de que alguna réplica les cause más daño a las estructuras de sus viviendas. Tampoco quieren  ir al albergue oficial ubicado en la cancha Tohallí y que está bajo del dominio del Gobierno y de los militares.
No lo hacen porque tienen miedo de que sus golpeadas casas sufran saqueos, aunque también confiesan otra razón: perder la libertad de movimiento.
“En un albergue oficial las normas son muy estrictas”, dice alguien.
En el albergue de Santa Fe no hay militares vigilando. Son los mismos hombres que se turnan en la entrada para controlar el acceso.
Por suerte, dicen, hay unos árboles que dan sombra  en las que se protegen cuando el calor se vuelve insoportable.  
Adentro el sol golpea directo sobre las carpas y calienta el interior en el que suele haber un colchón pegado al piso, sábanas, ropa, botellas de agua y en unas cuantas un televisor o una radio. Las carpas fueron prestadas por los Cascos Blancos, una organización gubernamental argentina que  ejecuta la asistencia humanitaria internacional.
Pero no alcanzaron para todos: algunos no las tienen, por lo que  han improvisado casetas con caña guadúa y paredes de cartón. 
Esa mañana Ivonne había asegurado su carpa,  su nuevo hogar, con un candado. 
Caminó con su hija en brazos mientras las zapatillas se le blanqueaban de polvo. Llevaba a Isabella, “su razón de vivir”, hasta la entrada del albergue en donde había una mesa con sillas y en la que personal del Ministerio de Salud hacía exámenes para saber si los niños albergados padecen de anemia.
Una enfermera pinchó el dedo de la niña para obtener una muestra de sangre. 
El rostro de Isabella tomó una expresión de susto, pero no lloró.  Ella es una niña muy fuerte, que resistió cinco horas bajo los escombros cuando el oxígeno era escaso y su madre le soplaba en la oscuridad el poco aire que se filtraba por entre los escombros para salvarle la vida.
Isabella no lo sabe, pero hace que su madre se mantenga en pie aunque se sienta rota por dentro. 
Ivonne no tiene de otra, le toca ser fuerte para que su niña no la sienta triste, aunque resulta casi imposible cuando su hija mira escombros y pregunta por su hermano: “Vamos a sacarlo”, dice inocente la niña. 
> Resiliencia.   Pero pese a todo, Ivonne intenta mantenerse fuerte. Eso en psicología se llama resiliencia: la capacidad que tiene una persona para superar circunstancias traumáticas y mirar para adelante. Ella no sabe el significado de la palabra resiliencia pero la llena de sentido. 
“Me toca mantenerme en pie, pintar una sonrisa delante de mi hija... Ella me seca las lágrimas”, dice Ivonne y aprieta los labios para no llorar.
 
Compartir en Facebook
Compartir en Twitter
  • ¿Qué te pareció la noticia?
  • Buena
  • Regular
  • Mala

Más noticias