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Portoviejo
Los recicladores “se matan por unos fierros” en La Solita

Detrás de una espesa nube de polvo se dibujan difusas siluetas que agarran en el aire el preciado metal que arroja una volqueta.

Martes 10 Mayo 2016 | 08:30

Ladrillos, hierro, hormigón madera, tubos, cables, papeles, bloques, plástico... de todo se vierte como caído del cielo casi sobre sus manos. Se vacía el balde, la tierra suspendida se asienta y las formas se aclaran: son personas. [FOTOGALERÍA]

Muchos aún jalonean las retorcidas varillas entre los escombros. Un par corren por ganarle al otro una vara de hierro que quedó en el suelo. 
Unos pocos con guantes, un par con mascarillas, otros tapados con camisetas; los recicladores se arremolinan sobre cada nueva pila de desperdicios de la demolición.
En un frenesí de caos y peligro, las volquetas llegan a velocidad y descargan lo que en la ciudad son desechos, pero que aquí -en la escombrera de La Solita, en la vía a Manta- son la desenfrenada esperanza de más de 150 recicladores para ganar dinero.
Flores. Wilson Olmedo es un caso inusual aquí. Lleva una camisa gruesa y resistente. Usa unos gruesos guantes y se queda como petrificado por lo que pasa delante de sus ojos. Una volqueta arranca y un reciclador hala un hierro que quedó colgando del balde.
“Aquí no hay control. Aquí se matan por unos fierros”, se indigna.
Wilson es oriundo de Flavio Alfaro, tiene dos años en Portoviejo, pero antes trabajó en una empacadora de flores para exportación en Cayambe, Pichincha. De ese oficio le quedó la costumbre de usar guantes y demás implementos de seguridad. Por eso se asombra de ver que a su alrededor las medidas de prevención de accidentes son inexistentes.
Cortes. La camioneta está casi cargada al tope y Walter Almeida calcula que harán unos 50 dólares. Lo dividirán entre las seis personas que trabajaron desde las 06h00 hasta el medio día. “No se hace mucho, pero es una ayuda. No tenemos más opciones”, explica mientras solicita que alguien los apoye para trabajar con seguridad: guantes, mascarillas, trajes de protección; pide algo porque cree que pueden haber más accidentes . “Ya han habido cortados”, dice.
Ese fue el caso de Fernando Carreño. Tiene 19 años y es reciclador desde los diez. Vive por “la Apolo” y siente orgullo de que su casa de caña resistió al terremoto.
Donde no tuvo tanta suerte fue entre los escombros. Se saca la gorra y desata el pañuelón estampado con la bandera de Estados Unidos que cubre su rostro del polvo. “Mire, aquí me corté”, señala cerca de la frente y explica que una varilla rebotó contra su rostro al caer entre los escombros.
“Queremos que nos dejen trabajar, pero que haya orden y seguridad para que nadie salga lastimado”, pide. 
Hallazgos. Los escombros son una lotería. Lo que fueron casas y edificios, quedaron reducidos en trizas que forman una mezcla heterogénea de color a veces naranja, a veces gris. Fueron hogares, almacenes, bodegas, oficinas y todo en su interior está  allí, amasado por  las máquinas. Por ello es que no asombra encontrarse con todo tipo de objetos.
Fernando cuenta que se han escuchado historias de gente que encontró dinero, otros que vieron joyas entre los restos, unos que recuperaron ropa o celulares.
“Yo no he tenido suerte. Puro fierro es que he encontrado”, y se ríe como burlándose con buen ánimo de su destino.
 
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