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Oswaldo Moreano Rivas
¡La invicta ciudad!

Domingo 17 de abril, caminábamos con el mico Dante Joaquín, 06h02 por el centro de Portoviejo, al día siguiente del terremoto.

Domingo 01 Mayo 2016 | 04:00

Vimos a una veterana con la mirada profunda y vacía, estaba en shock. Nos acercamos a darle soporte y mediante abrazos y palabras de ánimo la hicimos aterrizar a la realidad. 
Ya más apaciguada de los estragos del cataclismo fulminante, nos contaba que ella confiaba en la solidaridad de nuestra gente, ya había vivido algo similar el 19 de mayo de 1964. 
Nadie quedó desamparado, y ella presumía que iría a pasar lo mismo. En ese momento te llenas de esperanza y la tranquilidad se apodera de tus sentidos, efímeramente.
Pero a la vez dijo algo, certero y cruel: ¡Ojalá y no sea como las nueve noches de un muerto y dejemos de sentir ese apoyo de repente! 
Y es allí cuando me embargan las dudas, la desolación me atrapa y mis entrañas se cuestionan: ¿Qué pasó con las enseñanzas universitarias, con el principio de la construcción en caso de sismo?
Que se rompa, pero que no se caiga. Los terremotos no matan gente, las estructuras que fallan y se caen sí lo hacen. El problema es la inconsciencia de desconocer el riesgo. No podemos actuar sobre la amenaza, pero sí sobre la vulnerabilidad.
Tampoco acepto los rumores de que van a demoler el edificio de la Corte de Justicia, sin una expedita evaluación. 
Quieren volverlo a construir y esquilmar nuestros recursos para guardarse unas pesetas producto de las gordas comisiones. No jueguen con nuestra tragedia. 
Atención: mis superiores del Cuerpo de Ingenieros del Ejército están deshonrando nuestro prestigio.
Y es que debe haber sanciones y sentencias a los funcionarios municipales que se hicieron de la vista gorda, cuando se denunció, por casi 10 años, que una casa de 2 pisos se transformó en un hotel de 6 plantas, con crédito de la CFN. 
Hoy, el denunciante vive la vida eterna, ya que pereció aplastado por la inmisericorde desidia e inoperancia de la avara coima.
Dios nos ilumine, y nos desgarre del alma, ese artero deseo de acceder fácilmente a la riqueza trasgrediendo normas constructivas y valores éticos.
Me encomiendo a San Judas Tadeo, a San Gregorio. Confío en San Agustín.
Rezo porque resucite de entre los escombros, su solvencia moral y testicular. 
No dudo de su férreo carácter, que la lucha no lo haga cometer algún pecado capital. 
Oro, porque los viáticos del sacramento, nos hagan vivir en la eternidad.
Bregaré desde mi trinchera y mis profundas fibras por verte nuevamente Portoviejo Reina de heráldica historia. Quienes te amamos con orgullo, te auparemos a ese sitial tan venido a menos. 
Por siempre serás, ¡La invicta ciudad!
 
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