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Crónica: Seis meses sin una visita

Cuarto 5, cama 4 del hospital: Felicísimo lleva allí seis meses sin ninguna visita. Es su hogar desde que su casa se quemó.

Domingo 27 Marzo 2016 | 11:00

Tiene 86 años y pocas fuerzas. Habla con dificultad y como apagadas salen las palabras de su boca que a ratos dibuja una sonrisa, especialmente cuando recuerda la guitarra y los bailes.

La imagen lo alegra. Brillan sus ojos.  Felicísimo Tubay Suárez se ensueña y parece ir de la cama del hospital Verdi Cevallos hasta las fiestas que animaba con guitarra en el cantón Sucre. 
De eso vivía. Ganaba algo cantando en cada festejo y la guitarra era su segunda mejor compañía. La primera era un perro.
> Desgracia. “Perro, así no más le decía. No tenía nombre”, balbucea.
No sabe nada de él. Dónde está, qué le pasó. Piensa en el perro y el incendio ocupa su mente.
La casa de caña que compartía con su mascota. En la  vía a Sucre, a mano izquierda. No da más detalles.
En un platillo una pequeña vela encendida (“era así de chiquita”, saca un dedo desde abajo de la sábana) y luego una nube negra que lo colma todo.
“No sabía qué pasaba, sólo vi la humazón”, y de eso ya unos seis meses, el tiempo que tiene el hospital.
> Sobrinos. Sin casa, ni guitarra, ni perro ahora tiene medio año de cambiante compañía: el cuarto se llena y desocupa. Pacientes y sus familiares llegan y se van. Enfermeras y doctores rotan por turnos. Él se queda, no tiene a dónde ir.
Lesiones cubren tramos de su piel y en el hospital están pendientes de que se hidrate, que coma. Alguna vez alguien lo ayudaba a pararse y que caminara un rato. Se ponía muy contento, cuenta la familiar de un paciente.
“A veces hay que comprarle medicinas que no dan aquí. La gente recoge y alguien va a la farmacia”, confiesa  un enfermero que lo confirma, no ha visto llegar a ningún familiar.
Felicísimo calla cuando se le pregunta por ellos.  Se sumerge en un profundo silencio. Parece que no escucha. Quizá no recuerda. El brillo de sus ojos se pierde en el tumbado cuadriculado de la habitación.  Hace un sonido que suena a palabra, a quejido.
Al rato cuenta que tiene sobrinos en Manta, unos en Sucre, otros en Portoviejo. También un hermano pero sabe que no vendrá: “Está más viejito que yo”, vuelve a reír. Cambia de tema e interroga al reportero: “¿a usted le gusta bailar?”.
>Soledad. María Rosero lleva un mes acompañando la convalecencia de su esposo en la cama de a lado. A ratos va y se suma a ayudar a Felicísimo. Le da colada, conversa con él.
Ella es testigo de sus cambios de ánimo: “Hay días en que está alegre y conversa. A veces está callado y de mal humor. No dice nada ni quiere comer”.
María se estremece al pensar en la soledad que debe sentir y pide que algún familiar se acerque.
La mujer cuenta que se alegró mucho el otro día cuando encontró que un señor hablaba animado con Felicísimo. Lo vío ahí acompañándolo y sintió una gran alegría de ver como ambos recordaban cosas. “Pensé que era un familiar pero no. Era un paciente que había estado aquí meses atrás y pasaba a saludarlo”, comenta.
+ INFO
Cada mes tienen casos similares en el hospital Verdi Cevallos
Lynda Loor, jefa de emergencias del Hospital Regional Verdi Cevallos, explicó que cada mes se encuentran con entre tres y cinco casos donde  llega algún paciente, pero que no encuentran parientes o estos no se hacen cargo de su atención. La  especialista dijo que realizan un trabajo junto al Ministerio de inclusión Económica y Social (MIES) para buscar la mejor ayuda a estos pacientes. Mientras, añadió, con el personal de la entidad así como con familiares de otros enfermos se les da compañía, alimentos y medicinas para hacer más llevadera su recuperación.
Hay casos que reciben el alta y se van solos.
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