El fin: lograr cambios en conducta, actuación y preparación de los uniformados, en los niveles de oficialidad y tropa, para que sus conocimientos y estrategias de trabajo estén acordes con las necesidades y exigencias de la nación y de la población contemporánea. Sin embargo estos objetivos están retardados. No se puede negar los avances tecnológicos para una investigación más eficientes que la policía está aplicando en el desarrollo de su trabajo, logrando pasos positivos; sin embargo, es también notoria la pérdida de credibilidad que la institución ha sufrido debido a los múltiples casos de corrupción, delincuencia y abusos comprobados, mermando seriamente la confianza de la sociedad. Y hay que señalar causas y efectos. Indudablemente, empezando por la cabeza, el principal responsable es el mismo gobierno, que se ha preocupado por cumplir con el incremento de cierto número de elementos policiales, pero dejando de lado las necesidades que esto provoca. Policías sin o con armamento viejo, expuestos a ser víctimas de la delincuencia, a la que le sobra armas sofisticadas y que viaja en vehículos que se burlan de los patrulleros; destacamentos en condiciones precarias, vergonzosas, a veces infrahumanas. Sueldos bajos y atrasados; personal de tropa – especialmente - sin incentivos ni protección contra el peligro, sin esperanzas de mejorar su vida familiar y casi conviviendo con la delincuencia en barrios peligrosos porque la institución no tiene plan habitacional que brindarle. Ante esto hay que rescatar la imagen del policía amigo, que no es cuestión únicamente del respeto ciudadano, sino del interés del comando nacional en recuperar el brillo que debe resaltar en el uniforme policial.