José Bravo (78) y Édgar Bravo (55), son un ejemplo de esa realidad que todos los políticos prometen erradicar. Ambos se instalan en los exteriores de "El Sagrario", ahí pasan todo el día con la mano extendida esperando que caiga una limosna. El primero recibe el bono, tiene hijos, quienes –según asegura- están dispersos por varios lugares del país y con los que no quiere convivir. También tiene esposa, mayor que él, con la cual vive en el sitio El Guayabo. Este personaje sale todos los días a la ciudad esperando regresar a su casa con cinco dólares o más en su bolsillo. Ese es su “modus vivendi” desde que dejó la agricultura, que fue hace mucho tiempo. El segundo, Edgar Bravo, asegura que no tiene familia y que ha tramitado el bono de desarrollo humano, pero no lo ha recibido porque tiene que presentar un documento que lo debe solicitar en el Innfa. Según sor Anita Cruz, se han realizado gestiones para llevar a estas personas al hogar de ancianos, pero se resisten a dejar el lugar, porque según sus propias expresiones les resulta rentable pedir limosna. "El Sagrario" no es el único lugar de Portoviejo preferido por los indigentes, a diario se observa este tipo de cuadros por las avenidas Manabí, del Ejército, hay quienes llegan con sus manos extendidas a los establecimientos comerciales, a los restaurantes, pidiendo una caridad y encontrándose muchas veces con el rechazo de la gente.