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Crónica
Talabartero a tiempo completo

En la calle Rocafuerte y Córdova las puertas de un taller de zapatería están abiertas hasta los domingos.

Viernes 12 Febrero 2016 | 04:00

Su mayor carta de presentación es su apellido y la herencia que le dejó su papá, George Farfán, un personaje dentro de la zapatería manabita, y cuyos conocimientos pasó a sus seres queridos.

La zapatería Farfán (padre) se mantuvo por décadas en la calle Ricaurte y 10 de Agosto. Los portovejenses de más de 50 años de edad  conocen bien del tema.
En el caso de Byron creció en un ambiente especial: cuero, cinturones, maletas, zapatos nuevos y usados. “Viendo aprendí, fue así que nació el amor por la talabartería”, expresa.
Cuando llegó a la adolescencia mezcló sus estudios con la actividad, y en algún momento hasta pensó en dejarla para seguir otra cosa, sin embargo a los pocos días volvía recargado de pasión hacia el trabajo y así inició un idilio que aún se mantiene.
“Amo lo que hago. El letrero del local dice zapatería porque las personas de hoy en día no saben el significado de la talabartería”, precisa.
Sobre los ingresos que genera, añade que el trabajo económicamente es bueno, aunque en los actuales momentos la crisis es para todos. 
“Trabajo de lunes a domingo hasta las 12h00. Lo hago porque me gusta y hay momentos en que hace falta manos”, destaca.
Inclusive, al momento de la entrevista hubo una pausa para auxiliar a una oficinista cuyo zapato sufrió el daño de la hebilla. Byron Farfán tomó la prenda, chequeó y de inmediato puso manos a la obra, cinco minutos después la cliente se fue con una sonrisa a flor de labios. 
Según Farfán, como toda actividad, la zapatería tiene un repunte de visitas en el año, y por lo general es en abril, previo a las clases. “Ese es el tiempo en que los padres mandan al taller zapatos y mochilas para una reparadita”, afirma.
“Se trata de días buenos. Muchas personas se encariñan con sus prendas y optan por reparar para seguirlas usando”, sentencia.
Para Farfán, el gusto de las personas por artículos de calidad decayó con el tiempo, ya que la importación de prendas extranjeras abarrotó el mercado local al extremo de encontrar zapatos casuales de hasta ocho dólares. 
El talabartero fabrica, construye, es un artesano calificado. Incluso elabora zapatos de cuero bajo pedido, “pero ya dejamos de hacer zapatos de cuero porque las personas se olvidaron de la calidad”. El artesano pone como ejemplo a los cinturones. Antes se confeccionaban artículos de alta resistencia, durables casi para toda la vida, “pero ahorita hay cinturones bonitos que duran poco”, refiere.
Y para seguir con los gustos del ayer, hasta hace poco tiempo en su taller de la calle Rocafuerte confeccionaba portabanderas (cinturones anchos de cuero usados por los abanderados), pero con el cese de los actos solemnes se dejaron de fabricar al igual que los forros para zapatos nuevos.
“Seré un talabartero hasta que Dios me preste existencia”, advierte. 
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