E n su intervención sabatina del 22 de agosto en San Vicente, cantón Sucre, el vicepresidente de la República, Jorge Glas, ratificó el respaldo del Gobierno Nacional a la Policía.
Rechazó las agresiones que -dijo- más de cien uniformados sufrieran en las marchas que realizaran los que él califica como opositores al régimen, refiriéndose a los miles de ciudadanos que en varias ciudades y vías del país protagonizaran como descontento por las políticas oficiales.
Glas manifestó que hay que felicitar a la Policía y a las Fuerzas Armadas por actuar con prudencia, incluso exponiendo sus vidas, por las agresiones en los enfrentamientos con los marchantes.
Y en eso coincidimos. No es necesaria la violencia, menos extrema cuando se reclaman derechos. Se genera una atmósfera contaminada que puede encenderse con cualquier mente calenturienta o espíritu ardiente.
Pero es una situación explosiva que puede ocurrir en cualquiera de los bandos, puesto que, si bien la fuerza destinada al control y el orden tiene sus obligaciones, llevan sus disposiciones encuadradas a la represión, que suelen exteriorizar al calor de sus mentes y de sus almas, cuando son acicateadas por la provocación.
Por eso vemos lanzas partiendo escudos de los policías y a gendarmes arrastrando mujeres y hombres. Policías sangrando y civiles flagelados y encuellados rumbo a los vehículos policiales.
Aquello se torna común en las protestas. Lo que es relevante es la justificación a la venganza, vistiéndola de justicia o lógica, como cuando Glas dijo en sus intervención, que “eso no puede quedar en la impunidad, se debe hacer justicia, nuestros policías y militares tienen derechos como todos los ecuatorianos”.
De acuerdo. Pero hay que reconocer también los derechos de los protestantes y de los demás.
No es imaginación que las marchas se dan por la indiferencia del gobierno a reconocer abiertamente la existencia de un malestar general, atribuido a su manera de administrar al país.
Si bien no es sentir de todos, corresponde a un apreciable número de habitantes que no puede ser ignorado por pretender dar una imagen de solidez a un régimen que no quiere admitir que empieza a resquebrajarse.
Claro que hay que defender los derechos de los policías y militares, como hay que respetar los del ciudadano común. Y también los de aquellos que suelen mencionar, directamente, los actores del costoso e hiriente monólogo- narcisista de los sábados, cuando, avasallando públicamente la moral personal y familiar de supuestos contrincantes, se expone al peligro la integridad física de los mismos por reacción de cualquier fanático, cuya afiebrada mente pueda interpretar las arengas sabatinas como un Mensaje a García, pero versión acomodada a la Revolución Ciudadana.
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