Esto consiste en el lavado de la ropa de sus familias, y también de hogares ajenos, que llena las calles con los colores de las prendas que tienden en los cordeles.

Es un espectáculo singular en una parroquia que se identifica por sus festividades y el comercio, por la buena vecindad y por la algarabía propia de sus habitantes.

SIN ESPACIO. Doris Rivas dice que esto se debe a que las casas no tienen patio y por eso realizan el lavado y tienden en las calles y los portales. 

“Pero sólo hasta las tres de la tarde (15h00) cuando guardan las prendas para evitar sorpresas de los amigos de lo ajeno”, señala María Álava.

Llama la atención su vecina María Alcívar Molina, quien sólo descansa los fines de semana. 

De lunes a viernes el frente de su casa está lleno de todo tipo de ropa, sábanas y toallas de su familia y ajenas que va colocando en cestas y tinas plásticas. 

Ese es su trabajo, del que no se queja porque le ayuda en su economía y además la mantiene al día de lo que ocurre a su alrededor, por el contacto permanente con sus vecinos.

La presencia de El Diario convoca a más mujeres del sector, que comentan que no tienen lavadora, un electrodoméstico que en muchos hogares es casi imprescindible, y que son sus laboriosas manos las que devuelven la limpieza y la fragancia a la ropa de sus parientes y clientes.

SIN ESPACIO. Una de ellas, que pide omitir su nombre, dice que antes lavaban en el río, pero desde que hay descargas de aguas servidas dejaron de ir porque está muy sucia y temen enfermarse de la piel.

Además la lavandería comunitaria que tenían fue destruida en el fenómeno El Niño del 97-98.

Pero lo mejor, dice Doris Rivas, es que ya reciben agua potable todos los días en sus casas, por lo que no tienen necesidad de ir al río y han superado la época antigua. 

Además no tienen que comprar el agua a los tanqueros, que era casi a diario, lo que les ayuda en su economía y ese dinero lo invierten en otras necesidades de sus hogares.