Por el lado del sector contradictor al Gobierno se expresaron Alberto Dahik, exvicepresidente de la República y Walter Spurrier, columnista de El Universo y analista económico; por los defensores de las tesis oficiales estuvieron Pavel Muñoz, de la Senplades y Fander Falconí, de la Flacso. Los primeros fundamentaron la grave situación económica que aqueja al Ecuador, con una desaceleración productiva, reducción de los depósitos bancarios y del precio del petróleo, falta de liquidez y créditos. Los oficialistas sustentaron que lo peor, originado por factores externos, ha sido superado, sin entorpecer los programas sociales. Ambas posiciones se adentraron en el análisis político coyuntural y sus previsiones a mediano y largo plazo, cuyos detalles no son motivo de este artículo.
Pero mientras se hacen esfuerzos por debatir la nación que aspiramos, hay un tema incontrovertible, de alta prioridad, porque se sabe, con suficiente y confiable información, que el país que tendremos será mucho más caliente que el actual, con temperaturas y lluvias extremas, con la pérdida irrecuperable de los deshielos andinos, que alterarán la vida y tranquilidad de toda la población, será mucho más duro la obtención de alimentos para la nutrición de una sociedad que crece con una actitud consumista que no se detiene, aspectos que no merecieron preocupación alguna de los debatientes antes referidos. Concordamos con la comunidad científica, que todo obedece al cambio climático fruto del incremento de la emisión de gases malignos que provoca desórdenes como elevación del nivel y temperatura del mar, presencia del fenómeno El Niño, más intensos y frecuentes, con inundaciones destructoras de infraestructura, acompañadas de insalubridad en los segmentos más pobres del país.
Las iniciativas respecto al Ecuador del futuro tendrán que planificarse a partir de lo que tendremos con seguridad, que rebasa las ideologías, cuya muestra ya la percibimos en la inusitada ola de calor en algunas zonas, con lluvias, deslaves e inundaciones, que al decir oficial no son debidas a El Niño, sino al cambio climático “que está jugando una mala pasada”, explicación simplista que no recoge la magnitud del problema ni sus graves consecuencias, agravadas por falta de respuesta estatal.