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Crónica
¡Sobreviviente!

Javier Mendoza cierra los ojos y los recuerdos regresan nítidos pero electrizantes. Era viernes 13 y sobre Portoviejo caía una pertinaz lluvia.

Jueves 30 Julio 2015 | 07:00

Trabajaba en la reconstrucción del hospital Verdi Cevallos Balda. En un momento, cuando estaba en el tercer piso, alguien le pidió que pasara una varilla de hierro. Antes se puso el celular en el bolsillo izquierdo de la camisa para que no se moje. Tomó la varilla y no recuerda más. Los cables de alta tensión prácticamente lo succionaron con varilla y todo, dicen los testigos. 
La fuerza de la corriente lo elevó dos metros y lo sostuvo varios segundos, hasta que cayó. 
Los cables que lo habían atraído transportaban 13.800 voltios de energía. Lo suficiente para acabar con un caballo. Sin embargo, Javier quedó agonizando. Cuando los curiosos se acercaron, notaron que la corriente había salido por el pie izquierdo. El celular quedó achicharrado. 
Desde allí empezó la lucha por sobrevivir. Sus familiares cuentan que cuando llegaron al hospital lo encontraron consciente, aunque los médicos dijeron que era casi imposible que alguien se salve a tremenda descarga. Calcularon cuatro horas para que muera. Como Javier se puso “necio”, lo derivaron al hospital Luis Vernaza de Guayaquil.
Allí lo intervinieron y le amputaron sus brazos ya carbonizados. La pierna izquierda, también quemada, fue salvada. 
Pero el drama seguía en sus órganos: la vesícula resultó afectada, igual que el apéndice y gran parte del hígado, del cual le quedó un pedazo.
El proceso de recuperación también fue admirable. Los médicos calculaban seis meses, pero lo hizo en tres.
Cambio. Mendoza ahora se siente un bendecido de Dios. Considera que antes no era una buena persona, pues novelerías de juventud lo llevaban al mal camino; pero dice que en el hospital Luis Vernaza observó a personas electrocutadas con corriente de 220 voltios que estaban en peor condición que él.
Por eso destaca que si bien la electricidad lo dejó sin brazos, vesícula, apéndice y hasta sin mujer (pues ella lo abandonó luego del accidente), encontró la fe y ahora acude a una iglesia cristiana.
Para seguir tiene el gran apoyo de su madre Rosa Álava y su hermano Richard, entre ambos se encargan de ser sus extremidades para vestirlo, llevarlo al baño, sostenerle el teléfono mientras habla y asistirlo hasta en sus necesidades más íntimas.
Lo que más destaca en él es que no pierde el buen humor ni las ganas de vivir, más bien se reintegra a la sociedad. 
En sus buenos tiempos fue un destacado futbolista, volante de contención que jugó en las ligas barriales de Pichincha, donde lo conocían como “El Manaba” por su bravura. Asegura que la garra aún le queda y de a poco está volviendo a las canchas. Acude a una a la que le llaman La Maldita en el sector de El Puño, allí ya jugó varios minutos con sus amigos, aunque a veces lo tumban, señala.
También intenta conseguir trabajo. De hecho ya probó en uno, pero definitivamente la falta de brazos le ha pasado factura, pues no puede hacer anotaciones o sus necesidades biológicas, por lo que desistió, sin embargo dijo estar optimista de que en algún momento le implanten aunque sea un solo brazo artificial para desenvolverse y ahí sí rehacer totalmente su vida.
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