Actualizado hace: 936 días 4 horas 41 minutos
José Ramón Moreira AliAtis
Australia

Martes 28 Julio 2015 | 04:00

El término socialismo es mucho…mucho manoseado; si supieran los legos que hay socialismo libertario, democrático, científico, del siglo XXl, los hay para todos los gustos de acuerdo al lugar que se necesita poner en práctica y a los intereses de los individuos que conforman los movimientos para ese fin. Generalmente el socialismo se enmarca en hacer creer a la gente que los ricos explotan a los pobres y que estos deben repartir la riqueza entre todos ellos.

Hablemos de Australia de fines del siglo pasado. En 1975 la economía de ese país se encontraba en las peores condiciones; en 1972, el gobierno Laborista, de tendencia socialista, logra el poder con el atractivo y dinámico dirigente Gough Wiltlan, abogado de Sidney. 
A los pocos días de haber asumido el poder, el gobierno socialista reestructuró la economía australiana: creó empresas públicas, aumentó de forma incontrolable el gasto público y creció desmesuradamente el empleo público. Efectuó nuevos pagos destinados a la educación superior gratuita, compensaciones más elevadas a personas sin trabajo, subsidio a los deportes y a las artes; aumentó los beneficios a los desempleados y la liberación de requisitos para acceder a ellos, además cuadriplicó las dádivas a los desempleados jóvenes que se extendieron a los vagabundos, creando un nuevo estilo de vida a costa del gobierno.
Igualmente, liberó las aduanas, disminuyó los impuestos, creó tribunales de justicia para controlar los precios, aumentó los salarios de trabajadores y las vacaciones; y una característica muy importante para el dispendio de ese gobierno: se rodeó de incondicionales que a toda propuesta la respuesta era: sí. 
El ejemplo más sobresaliente fue un programa de ayuda a los aborígenes, pero como los burócratas nunca faltan para gastar el dinero, si esas erogaciones las hubieran entregado directamente, a cada aborigen le tocaba $ 1.800,oo dólares, pero resulta que cada individuo recibió en promedio $ 96,oo dólares.
En corto plazo los hombres de negocios perdieron la confianza, el desempleo campeaba por el aumento constante de las disminución de plazas de trabajo, la inflación era constante y sostenida, los precios aumentaron, muchas fábricas cerraron sus puertas.  El gran beneficio era que tenían moneda propia. En los primeros meses de 1976 ese gobierno se derrumbó; y el nuevo primer ministro,  Malcolm Fraser, en un mensaje a la nación dijo: “Creíamos que podríamos disfrutarlo todo sin tener que pagarlo, no entendemos que los políticos ofrecen algo de lo que no tienen nada que dar, prometen lo de ustedes, que es para satisfacer las necesidades de su familia”.
 
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