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Mes del Manabitismo
Generosos y hospitalarios, así son los manabitas

“Donde come uno comen dos”, esta es la frase característica de Alba Saltos, quien a pesar de pertenecer a la tercera edad, prepara diariamente la comida para diez integrantes de su familia.

Miércoles 17 Junio 2015 | 04:00

Esta manabita, que vive en el sitio Sosote de Rocafuerte, no puede dejar que uno de sus invitados se vaya sin probar tortillas o corviches hechos en su horno de leña. 
Sus familiares mencionan que incluso Alba puede quedarse sin comer por darle un “platito” al resto. 
Obsequios. Este valor de generosidad también se aprecia en Andrés Montes, de Puerto Loor, Rocafuerte. Él dice que cada visitante se va de su casa mínimo con un coco o zapallo. 
Sin embargo, esta hospitalidad no solo sucede en las zonas rurales. En la ciudad también hay ciertas personas que mantienen esta costumbre. 
Leither Guerra fue una de ellas. Sus nietos recuerdan que cuando vivía, cada visita les ofrecía de comer lo que tenga en la refrigeradora, que por lo general era un helado con gelatina. Ellos coinciden en que, antes de saludarlos, ya estaba revisando en la cocina qué prepararles. 
Así también Clotilde Zambrano, quien a sus 78 años aún sabe preparar un flan de coco, el cual sirve como postre en casos de visitas imprevistas. 
Esta portovejense recalca que siempre en su casa los visitantes son bienvenidos. “Si estamos almorzando, le echo más agua al caldo”, comenta entre risas. 
Valor. Muchos definen al manabita como hospitalario y generoso. 
Carlos Zambrano, sociólogo chonense, manifiesta que al ser una cultura abierta al comercio, se multiplican los gestos de buena voluntad para entenderse con el otro. 
Recalca que el manabita es una persona muy trabajadora. Le gusta dar muestras de su laboriosidad, lo cual se refleja en la comida que puede ofrecer. 
Alexandra Cevallos, historiadora, atribuye también estas características a que sus raíces vienen de mercaderes, por lo que su personalidad en sí era de vender y atraer gente. 
Alfredo Cedeño, en cambio, sostiene que al haber sido una región poco articulada y con difícil conexión entre ciudades, había poca afluencia de personas. Por ello, cada que llegaba un extranjero era como una bendición, “siempre una visita así era para traer cosas buenas”.
“Nos sentimos honrados de su visita” o “Estamos para servirle”, dice Cedeño, son frases que certifican lo dicho. 
Estos valores, asegura, se han ido perdiendo de a poco en la ciudad por la inseguridad que existe, esto conlleva a la desconfianza entre las personas. 
Sin embargo, en el ‘Manabí profundo’ esta tradición aún perdura y se espera continúe a lo largo del tiempo.
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