Indudablemente, en un mundo marcado por el mal, considero que debemos estar en coordinación unos con otros, para lograr al menos que disminuyan estos comercios ilícitos. Si en verdad queremos salir de este círculo vicioso, contrario a la protección de la vida y a la dignidad de toda persona humana, hemos de desterrar todos los mercados negros, inclusive cualquier tipo de abuso que nos encontremos a pie de calle. Desde luego, este alarmante aumento de ilegalidades lo que genera es una cultura de conflicto que ha de propiciarnos, con urgencia, el deber moral de tomar decisiones concretas y oportunas, sobre todo para promover otros sistemas de vida más armónicos. Pienso, por ejemplo, que la comunidad internacional debería intervenir mucho más ante esta proliferación y disponibilidad de ofertas y demandas indebidas. A mi juicio, no hay que ahorrar ningún esfuerzo para bloquear este comercio nefasto para todos.
Sea como fuere, recordemos que un ilícito es aquello que no está permitido legal o moralmente. Se trata, por lo tanto, de un quebrantamiento de la norma o, en todo caso, de una falta de ética. De todas maneras, no podemos seguir haciendo oídos sordos ante estos desvergonzados comercios, revestidos de brazos inmorales, que violan los convenios internacionales y están estrechamente unidos, no sólo a los peligros actuales, sino también al terrorismo, al crimen organizado y al narcotráfico. Por otra parte, cada día son más las personas que son objeto de comercio ilícito, forzados a convertirse en escudos, en personas maltratadas, violadas, abusadas. Naturalmente, hay una relación entre la explotación ilegal de los recursos naturales, el comercio ilícito de esos recursos y la proliferación y el tráfico de armas, lo que conlleva a exacerbar los problemas, avivando un clima de violencia como jamás.
Esta espiral de contiendas, en un comercio de ilícitos, no beneficia a nadie porque todo lo distorsiona a su antojo y dominio.