Esa maravilla tecnológica que nos unió, junto con el periodismo, fue la que me trajo la conmovedora noticia de su eterna partida; me refiero al internet, el positivo modernismo que él y yo usamos para que el orbe conozca nuestras ideas publicadas en “El Porteño”, semanario virtual que mentalicé y con él fundamos, cuyo eslogan fue “Periodismo del mañana” y que subió al éter los primeros minutos del primer día de este siglo, hace más de 15 años, y en un par de ellos, con esfuerzos conjuntos, superamos las metas propuestas estando a punto de imprimirlo, hasta que el destino, por dolorosos motivos personales míos que no vienen al caso, lo impidió; pese a ello nuestra amistad se afianzó más, hasta convertirse en una casi natural hermandad; nuestros cumpleaños eran compartidos lo mismo que cuanta ocasión era propicia para la tertulia o la simple reunión de incondicionales que fuimos.
Pienso que pocas personas saben tanto de su novelesca vida como quien escribe; su confianza no tenía límites conmigo, lo que fue tan reciprocado, que un día en el que por cosas de la vida tuve que huir -luego supe que de nadie- no dudé en acudir a refugiarme en su hogar, donde él me acogió generoso y con sus manos me alimentó, porque cocinaba espléndidamente, hasta que aclarado el entuerto ya pude dejar el seguro albergue que él me dio, sintiéndome el hombre libre y de buenas costumbres que siempre he sido.