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Tradiciones
El amanecer de la Ceiba

“En la historia manabita, sin conocer desde cuándo, se reseña la leyenda mágica de la ceiba que se narra con elementos fantásticos que aún perviven en la memoria de la gente de los caseríos anclados en medio de la sabana del bosque seco manabita, en el cerro Jaboncillo donde perfilaron su grandeza y unidad de raza los valdivias, jipijapas, mantas, jaramijos, picoazos y charapotos; y cuentan que:

Domingo 12 Abril 2015 | 08:30

En los primeros momentos de la historia, el dios sol y la diosa naturaleza, cansados de la soledad en que se encontraban, engendraron a sus parejas; el sol creó a una hermosa chiquilla de exótica belleza de tez morena, con ojos de color miel que le hacían juego con su negra cabellera, mientras la naturaleza hizo del barro de sus entrañas a un hombre varonil, de excelsa figura, y les dieron por vivienda un bosque, que se encontraba a lo largo del litoral costanero, con la condición de que jamás se enamorarían entre ellos, por ser las parejas del dios sol y de la diosa naturaleza.
NATURALEZA. Los guayacanes, muyuyos y palos santos hacían calle de honor a la pareja, las brisas ocasionales hidrataban su piel y las abejas con su miel alimentaban sus cuerpos, siempre acompañados por bandadas de loras, pericos, valdivias y guacharacas que, con sus chillidos, sus gritos y sus cantos, alertaban de su presencia a los habitantes del bosque seco, mientras los venados, armadillos y perros de monte les protegían de los malignos que eran los hijos del infierno, los duendes azules y las venus malignas que buscaban hacerse de ellos. 
Cuando el invierno iniciaba y los guayacanes florecían, los jóvenes observaron absortos que dos serpientes enrollaban sus cuerpos en señal de unión y armonía, y la pareja, por primera vez, admiró sus cuerpos desnudos y extasiados de encanto imitaron las acciones de los reptiles y unieron sus cuerpos y gozaron de los placeres que de ellos emanaban. 
El dios sol y la diosa tierra, sintiéndose traicionados, abandonaron a la pareja, los guayacanes, muyuyos y palos santos se dispersaron y dejaron crecer a su alrededor montes y arbustos con espinas, las loras y los pericos se refugiaron en la copa de los árboles, los animales se guardaron en sus madrigueras y los duendes y las venus de monte quedaron sueltos para perseguir a la pareja. 
Y sucedió de pronto, cuando el día se presentaba con un manto de tristeza, oscuras nubes cubrían el cielo, el viento había escapado a otros lares, el silencio era absoluto que se podía escuchar a lo lejos la caída de una hoja seca, los arbustos habían crecido impidiendo reconocer los caminos, los jóvenes amantes se perdieron, sólo escuchaban pasos presurosos atrás de ellos, pasos de duendes y venus de montes que rápidamente se acercaban para apropiarse de ellos y llevarlos a sus dominios. Cuando ya todo estaba perdido, sin nadie que los protegiera ni socorriera, cercados por los gnomos y las venus de monte, la madre tierra se arrepintió de haber desamparado a su hijo al que lo perseguían las hijas del infierno, pero sin poder levantar el castigo, lo convirtió en un grande, robusto y frondoso ceibo, pero el dios sol no perdonó a la chiquilla y la dejó a merced de los duendes, y estando ya sola corrió hasta el ceibo, que solitario se encontraba, corrió tan aprisa que al llegar junto a él no podía contener su carrera y parecía que iba a estrellarse contra el cuerpo del ceibo que contenía a su amado.  
El ceibo, rápidamente, aperturó su tallo, de su interior brotó una luz de esperanza y la hizo suya, se hicieron un solo cuerpo, se fusionaron en un abrazo eterno, se confundieron sus esencias, sus naturalezas, sus anhelos y llegaron a establecer un acuerdo que hasta ahora perdura.
El ceibo debía seguir siendo el preservador y controlador eterno del suelo del bosque seco y ella la guardadora de todos los fluidos que del cielo le llovieran para saciar su sed cuando ya no hubiera invierno.  
El ceibo ensanchó su tronco para que las venus no lo abrazaran e hizo crecer espinas en su verde piel para que los duendes no lo escalaran y sus ramas tomaron formas sensuales de mujer, mientras los duendes azules y las venus de monte aún se mantienen alrededor de la ceiba, se alimentan de caracoles y semillas esperando algún día recuperar a sus presas para llevarlos a su mundo muerto”.
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