En el Puerto, el faro alumbraba a todo barco cuando a sus costas pedía calado. 

En la playa el Murciélago los jóvenes se iban a pescar, tirando sus anzuelos algo habría de picar.

Yo era un ‘guachimán’ de una casa comercial; junto a dos compañeros resguardábamos aquel local, por la noche cogíamos unos cigarros y en una piedra que había en el lugar las cartas nos poníamos a jugar.

Cuando la noche llegaba el patrón solos nos dejaba, pero lo que sí nos aconsejaba era que no saliéramos del local, peor cruzar el puente del río, porque eso era fatal…

Eso a mí no me asustaba, ir de Tarqui al puerto y cruzar el puente eso me faltaba; yo miedo jamás, eso no me amilanaba…

Cuando yo estaba por pasar, un niño en bicicleta me acompañó en el caminar, con voz suave me preguntó, ¿a dónde va señor? Y yo le contesté: a comprar tabacos y aguardiente.

Él me dijo que si quería que me suba a la bicicleta, que me daba un aventón; yo me subí de un solo jalón, pero el muchacho pedaleaba que parecía que el suelo no lo tocaba... 

Al escucharlo, me doy cuenta que no era un niño; sino un duende; me doy vuelta y veo su cara sonriente y girando como un remolino; sus pies en el aire no alcanzaban los pedales; pero el avezado duende con una risa sarcástica me preguntaba, ¿me tienes miedo?

En ese momento, aunque las piernas me temblaban, yo de la bicicleta me bajé y con voz firme le contesté: ‘De ti no tengo miedo, sino respeto y admiración, porque te presentas como niño demostrando compasión’. 

En eso el duende respondió: ‘En vista de tu nobleza te voy a regalar un don, cada vez que tengas problemas un gato negro vendrá a tu salvación, no le tengas miedo, porque el gato negro soy yo...”