María Paredes empezó en el oficio de la mano de su trabajo en el entonces internado del Cristo Rey para quienes las preparaba. Con el paso de los años los padres capuchinos y otras congregaciones empezaron a solicitarlas también.
“Las planchas (de hostia) las cortábamos con un tubito”, recuerda Isabel Marcillo Mendoza que aprendió el arte de su suegra y tomó la posta cuando está dejó de a poco el oficio a sus 70 años.
GUSTO. El sabor de familia es distintivo. Isabel cuenta que cuando va a misa y comulga sabe si esa hostia fue o no hecha en casa.
“Las de otro lado son más gruesas, saben raro, como a aceite”, confiesa.
Ahora tiene 83 años y aún ayuda en la elaboración de esta preparación de agua y harina. “Ya menos, me canso”, reconoce mientras mira a Lira Mendoza Marcillo, su hija, cortar rápidamente grandes placas blancas en pequeños círculos.
Ella a sus 53 años lleva una carga que no es fácil: hace las hostias para las más grandes iglesias de Manabí.
La Merced, Catedral de Portoviejo; Dolorosa, Divino Niño, Merced de Manta, y otras están entre sus compradores habituales.
Lira cuenta que en una semana “normal” hace entre 5 mil y 7 mil hostias. Pero en fechas de alta concurrencia a los templos, como Semana Santa, supera las 8 mil semanales trabajando de 06h00 hasta 03h00 del siguiente día, a veces de domingo a domingo.
“Mis hijos e hijas son profesionales y no sé si sigan con esto, o tal vez serán mis sobrinas, no lo sé. Alguien lo tomará, estoy segura”, reflexiona.