Cuenta que en ocasiones no le pagaban a tiempo.
“Un día mi hija se enfermó y no había de dónde sacar plata, por lo que decidí conversar con un chulquero para que me prestara dinero y a cambio le dejaba mi arma como prenda. Así le pude comprar las medicinas a mi niña. Después en algunas ocasiones, cuando me quedé sin plata, hice lo mismo”, comenta el exguardia.
De ese trabajo Antonio guarda varias anécdotas. Explica que a diario tenía que tratar con los clientes. Unos llegaban alegres y tenían una buena actitud; otros llegaban amargados e insultando a quien se les cruzara en su camino y otros, incluso, querían ingresar al lugar en estado etílico.
“En una ocasión llegó un borrachito y se puso a insultar al gerente, pero al verme se quedó callado y se fue del lugar; sin embargo, después de varios minutos regresó y se recostó en la pared. Cuando yo lo miraba se levantaba la camisa para enseñar un arma que cargaba, como si yo le fuera a hacer algo. A mí lo que me daba era risa, ese señor estaba tan borracho que ya ni se podía parar”, relata.
Antonio ya no trabaja como guardia, pero afirma que siempre recuerda los momentos amargos y dulces de esta actividad que le permitió sacar adelante a su familia.