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Crónica
Sin dinero, Albert recorre 75 países en silla de ruedas

El desayuno de los tres viajeros fue un lujo: siete dólares gastados en galletas, leche, cocoa en barra y en polvo.

Viernes 27 Febrero 2015 | 14:34

El dinero se los regaló un portovejense y una botella sacada de la basura sirvió de taza para preparar el chocolate.
 “Todo el mundo nos da cosas saladas: arroz, frijoles, sopas, tortillas. Eso es lo que por lo general les sobra ¡Desayunar con dulces es un lujo!”, explicó Albert  Casals mientras alineaba la esquina abierta del cartón del lácteo con el pico de la botella.
A su lado, Kate y Marlene, sus actuales compañeras de viaje, alistaban las galletas del banquete.
Leucemia. Antier llegó a la ciudad este viajero barcelonés. Tiene  24 años y desde los 15 empezó a recorrer (literalmente) todo el mundo. 
Su consigna ha sido no cargar nada (o casi nada) de dinero:  Se hospeda donde lo invitan, se viste con lo que le regalan, come lo que otros dejan y jura que no le falta nada.
Una leucemia infantil le heredó una silla de ruedas que lo ha llevado por 75 países en todos los continentes. “Bueno casi todos, me falta Antártida”, ríe y brillan sus radiantes ojos azules.
Alternando sus recorridos por Europa estudió una licenciatura en filosofía, escribió dos libros (‘Mundo sobre ruedas’ y ‘Sin fronteras’) y en 2013 filmaron sobre su vida un documental aplaudido en los más importantes festivales.
Se define casi como un anarquista y ateo. Su única misión es ser feliz. Lo recalca una y otra vez entre risas: “Solo hago lo que me hace feliz”.
Apresado. En un templo budista en Asia encontró a monjes que se entretienen cantando karaoke, en Portugal un barco carguero  lo cruzó gratis hasta Brasil, en Centroamérica viajó con contrabandistas, en Myanmar lo apresaron por pasar ilegalmente la frontera pero lo liberaron al ver que no buscaba un abogado ni ayuda ni nada.
A Ecuador llegó desde Colombia, luego de recorrer la Sierra pasó (siempre viajando haciendo “dedo”) hasta la ciudad de Esmeraldas, le siguió Atacames y un viajero los dejó en Canoa.
Al arribar a Portoviejo hizo la pregunta de siempre: “¿Dónde hay un centro comercial?”
Albert sabe que en estos lugares, llenos de tiendas lujosas y patios de comida, los comensales siempre dejan a media sus platos.
“Es irónico, (un centro comercial) es un ícono del consumismo, pero siempre puedes comer gratis allí”, sentenció.
La noche del miércoles llegó hasta El Paseo Shopping y confesó con cierta vergüenza que comieron hasta más no poder.
Al salir del centro comercial la escultura de un gran ángel blanco le llamó la atención, vio que era como un pequeño parque y que la puerta estaba abierta.
Plantó su carpa y allí durmieron, hastiados de tanta comida salada,  su primera y última noche en la capital de Manabí.
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