Todos los poderes en los siglos pasados estaban en manos del emperador.
Su voluntad omnímoda era la ley y la justicia.
Encarnaba al Estado.
Nadie le fiscalizaba ni controlaba.
Fue la revolución francesa la que limitó ese autoritarismo insufrible.
La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, de la Asamblea Nacional, del 26 de agosto de 1789, hace más de 225 años, en su Art. 15 advirtió que:
“La sociedad tiene derecho de pedir cuenta de su administración a todo funcionario público”.
Y el Art. 16 proclamó:
“La sociedad que no tiene asegurada la garantía de sus derechos, ni tiene determinada la separación de sus poderes, carece de Constitución.”
Por ello el rey de España y la reina de Inglaterra en la actualidad tienen muchísimos menos poderes.
En el Ecuador contemporáneo una sola persona controla o influencia no solo la economía, créditos discutibles y contratos no difundidos, sino decenas de ministerios, empresas públicas, organismos fiscales, función legislativa y sus comisiones, administración de Justicia a todo nivel, el Consejo de Participación, Defensoría del Pueblo, Contraloría y órganos de fiscalización, Procuraduría, Fiscalía, Superintendencias, Consejo Nacional Electoral, Tribunal Contencioso Electoral, Corte Constitucional, fuerza pública, entre otras instituciones.
¿Merece el Ecuador una autoridad vitalicia con más poder que un emperador del Medioevo?
Revisemos y aprendamos las lecciones de la historia.
El poder absoluto, unipersonal, fue el que asumió Adolfo Hitler, Benito Mussolini, Francisco Franco, Augusto Pinochet, Rafael Videla, Alfredo Stroessner, Anastasio Somoza, Rafael Leónidas Trujillo, los Duvalier.
Otra manifestación del totalitarismo inaceptable, bajo signo distinto, lo encarnó José Stalin.
¿Alguien puede suponer que existe democracia con la dinastía Kim de Corea del Norte? ¡Ningún pueblo debe ser enjaulado jamás! ¡Ninguna práctica política se justifica si no respeta los derechos humanos!
Ante la concentración absoluta de poderes escribió Simón Bolívar: “Huid de un país donde uno solo ejerce todos los poderes; es un país de esclavos”.
Antes lo previno Montesquieu, en 1748, en su obra “Del espíritu de las leyes”: “Todo estaría perdido si un mismo hombre ejerciera los tres poderes.”
Frente a un panorama tan desolador y opresivo como éste, el patriota cubano José Martí advirtió: “La libertad cuesta muy cara, y es necesario, o resignarse a vivir sin ella, o decidirse a conquistarla a su precio.”