“La constante práctica forma redes de confianza que ayudan a tener un equilibrio mental”, dice Elvira.
Hace cuatro años sufrió un accidente, ella es equilibrista. Fue una falla técnica la que hizo que los aros de equilibrio de donde se sujetaba se despegaran y cayera, llevándola al hospital. Con el tiempo se recuperó y aunque no volvió a las alturas practica su acto de acrobacia, ahora con bicicletas.
Dante Fuentes Gasca, de la cuarta generación de esta familia circense, manifiesta que los artistas del circo llevan una vida como cualquier otra, tienen problemas y a veces lidian con dificultades antes de empezar la función. Recuerda una vez durante un acto de payasos, a uno de ellos le llegó la noticia de la muerte de su padre, y no le quedó más que la risa pintada en su rostro. “La función debe continuar, y esa noche no fue la excepción”, cuenta Dante. En el circo están los artistas, pero también los trabajadores, quienes se encargan de montar todo el escenario, el sonidista, electricistas, los encargados de vender los boletos. “Nosotros no movemos el circo, el circo nos mueve a nosotros”, dice Dante. Se han dado funciones para diez personas y otras veces para tres mil. “La gente ya no cree en esta ‘carpa mágica’ como antes, pero tratamos de rescatarlo, con buenas actuaciones”, agrega.
Washington Alcívar es ecuatoriano y lleva varios años formando parte del circo, él es electricista y aunque extraña a su familia, la experiencia circense lo tiene encantado. “Hay un mundo dentro del circo”, afirma.