Juan desespera porque sus canciones están lejos; de pronto escucha que alguien canta muy bien en una de las mesas. 

Dice en voz alta y desafiante que él interpreta “mejor” esa canción. 

Alza su mano para pedir cervezas de las más caras, pues quiere impresionar a la muchacha; ha consumido cerca de dos cajas con sus nuevos amigos. Es su turno de cantar y lo hace de espalda al monitor, la canción la sabe de memoria. 

De lo que no se percata es de que sus acompañantes lo abandonan. Cuando regresa a la mesa, desconcertado mira a su alrededor, se toca los bolsillos, no tiene dinero para pagar el consumo. Con vergüenza ajena lo mira un señor que está en la mesa contigua y que le dice: “Galán chiro”.