Luego la Constitución del 2008, en art. 275, establece que el buen vivir requiere que todos gocemos de manera efectiva de los derechos y ejercitamos nuestra responsabilidad en el marco de la interculturalidad.

En el 2009, se emite el Decreto 60, con el objeto de eliminar la discriminación racial y la exclusión étnica y cultural; la Ley de Educación del 2011, aparece con dos adjetivos: interculturalidad y bilingüe,  exigiendo a la Educación General Básica y a los Bachilleratos a insertar, ya no como eje transversal sino como parte del currículo su tratamiento.

El Reglamento de Régimen Académico del 2013, en su Título III de Interculturalidad, art 49 al 53, dispone que las universidades, a través de modelos de aprendizaje, itinerarios académicos, modelos interculturales incorporen al currículo criterios de interculturalidad con metodologías educativas que promuevan el reconocimiento de la diversidad cultural y el diálogo de saberes, creando asignaturas, cursos o itinerarios específicos o mediante el diseño de modelos, carreras o programas. 

Pero no solo se reduce a  la educación, sino que la Ley de Comunicación, en su art. 35, crea el derecho a la comunicación intercultural y plurinacional, señalando claramente que “los pueblo y nacionalidades indígenas, afroecuatorianos y montubios tienen derecho a producir y difundir a través de los medios de comunicación y en su propia lengua, contenidos que expresen y reflejen su cosmovisión, cultura, tradiciones, conocimientos y saberes”.

Y conmina a realizarlo, caso contrario el Consejo de Regulación y Desarrollo de la Comunicación sancionará con la imposición de multas.  

Hasta aquí algo de la normativa, ¿pero dónde radica la importancia del tratamiento de la interculturalidad? A que cada vez vayamos tomando conciencia de que somos un país diverso, que vivimos en un mundo multicultural y eso implica conocer, valorar, respetar nuestras culturas, de esa forma estaremos desterrando todo tipo de discriminación y evitar lo que expresó Ernesto Sábato que: “En nuestro país son muchos los hombres y las mujeres que se avergüenzan, en la gran ciudad, de las costumbres de su tierra. Trágicamente, el mundo está perdiendo la originalidad de sus pueblos, la riqueza de sus diferencias, en su deseo infernal de “clonar” al ser humano para mejor dominarlo”.