Recientes estudios han concluido que algunos  pesticidas no solamente son la causa de enfermedades cancerígenas en distintos órganos del  cuerpo humano, sino que se les atribuye la responsabilidad en  irreversibles desórdenes genéticos que se trasmiten de manera continuada o intermitente  a varias generaciones, a tal punto que si una bisabuela recibió exposiciones de atomizaciones con insecticidas agrícolas pueden manifestarse secuelas graves en sus nietas que  procrearían descendientes con  autismo, trastorno del desarrollo en los niños y  jóvenes que afecta su personalidad y su integración social. En la Universidad Davis de California se analizó tres clases de insecticidas muy comunes como los organofosforados, piretroides y carba matos.

Se concluyó que las madres que fueron alcanzadas por  atomizaciones antes de la concepción o durante todo el embarazo,  tuvieron descendientes con típicos rasgos de autismo, lo cual se proyectó hasta la tercera generación en que fueron más numerosos los casos comparados con la primera y segunda. Es decir, que el uso de esos compuestos químicos provocan enfermedades genéticas que las heredan los descendientes de progenies posteriores, como  de manera tan gráfica y didáctica lo explica el profesor Michael Skinner de la Universidad Estatal de Washington,  respecto del DDT cuando asevera que “La exposición a productos tóxicos como el DDT que afectó a su bisabuela cuando estaba embarazada puede provocar un importante incremento en la susceptibilidad a la obesidad de usted, y usted puede pasar este factor de riesgo a sus nietos sin que ellos hayan estado expuestos directamente al DDT”, afirmación ahora válida al inmenso listado de pesticidas de uso cotidiano  en los campos y ciudades, con la agravante recién descubierta de contaminación trans generacional.