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El canto a Portoviejo de Vicente Amador Flor
El canto a Portoviejo de Vicente Amador Flor
Por: Eudaldo Flor

Martes 22 Julio 2014 | 04:00

En el año de 1934, el gran Vicente, poeta Cantor de la Ciudad, de su Ciudad; una mañana de Octubre se dirigió a una de las colinas, de Portoviejo, y emocionado al contemplar a la ciudad de sus amores, le envió un saludo con la interjección poética Salve! Salve Ciudad!... y le salió un Canto; que para los que conocen del arte poético, no tiene parangón con todas aquellas inquietudes escritas referidas al tema, Portoviejo.

Es muy cierto; que esta hermosa exaltación que conjuga con maestría, la belleza literaria y la historia, fue motivada por una ciudad distinta a la de hoy:
“Sencilla y tranquila con las horas suspensas de un jardín solidario, respirando hondo perfume de dalias y rosas, en donde, por las tardes, transitaban blancos y almidonados caballeros, galantes de frases elegantes y piropos sutiles; que tenían cuidado de no suscitar la polvareda, para no ofender los encalados ruedos de las niñas bellas y de ancianas venerables. Balcones sevillanos trasplantados, aquí, próximos a salones de encolados pianos, donde manos gráciles y delicados dedos derramaban los musicales sones de una cultura europea que se hundió en el pasado para no retornar… era la hermosaépoca de un poblado alegre, pero con “ciudadanos”, antes de que las oleadas invasoras de aquellos que creen que basta atravesar la línea del mapa del cantón Capital, para ser citadinos...”
A fines del siglo XX, el poeta Eudaldo Flor, hijo, escribo sobre este tema “La ciudad no es la de antes...”
En la década del 80, del siglo pasado, aún se enseñaba el Canto a Portoviejo en algunas Escuelas. 
Hoy, en el ejemplar Reales Tamarindos, aún se lo enseña, y no sé en cual más. 
La pobreza cultural del medio, gobernado por personajes sin la autenticidad de los genuinos, hace que Portoviejo, la ciudad más antigua del Pacífico Sur, vaya perdiendo su identidad, y sus cosas como el aeropuerto; que no representa un amor para la ruralidad que hoy habita aquí y en las que, lógicamente no se produce el intercambio amoroso con las cosas propias, como muy sabiamente lo describe la obra: 
Hombre y espacio de Bollnow.
La gente hace mitos de personajes públicos o no, por su inocente ignorancia que no puede ser condenada, pero si, compadecida. 
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