El Ecuador actual en su parte legal y constitucional vive una auténtica democracia porque su Gobierno se ha consolidado a través de los comicios, en las urnas, con el sufragio ciudadano, el voto del pueblo, no estratificado ni encasillado preferentemente en status de orden social o económico, sino masivo por la coincidencia de anhelos y por la convergencia de ideales. En esos aspectos la administración estatal no los ha defraudado y el Ejecutivo tiene el aval del 80 por ciento por la magna obra realizada en todo el país.
Pero, romper la cultura del cambalache a partir del eje piramidal de los detentadores del poder económico e “ilustrado”, jerarcas del establishment nacional-internacional con adláteres provinciales y locales, no es una tarea fácil por el juego de intereses donde el capital financiero ha sido y es el código pre establecido por quienes son beneficiarios del statu quo por su esquema individual y selectivo de élite en detrimento de las grandes mayorías y éstas –caso concreto Ecuador- ha despertado de un largo letargo a las que las sumió una política demagógica que ha padecido el país desde la era republicana –con honrosas excepciones- hasta hace siete años que irrumpió una nueva hornada de jóvenes adultos con Rafael Correa a la cabeza.
El ligero repunte de segmentos de derecha en la última elección seccional y la felonía y deslealtad derivada en traición de algunos concejales electos militantes del movimiento PAIS en varios municipios de esta Nación que recuerda ancestrales defecciones de la que no puede sustraerse la condición humana, sumado a grupos de la llamada oposición por oposición, ha configurado una peligrosa entente con raíces nacionales e internacionales que tratarán por todos los medios no sólo de minimizar el tangible progreso que ha generado este Gobierno, sino de generar conflictos para crear caos y anarquía apelando a esferas legales para bloquear el camino político del hombre Mandatario, pero lo que no se puede encadenar es la idea y la ética de servir demostrada, y un pueblo consciente tiene el derecho a elegir a su genuino representante o al ilusionista que lo embaucó en el pretérito y quiere hacerlo en el presente apelando a innobles recursos de todo orden para defender sus propios intereses.