Sí, tal y como leen. Desde que llegué a vivir a Quito tuve la suerte de encontrarme con otra manaba que ya alquilaba desde hace un año una suite en un lujoso edificio. La primera impresión que tuve cuando llegué fue un “¡madre mía, cuántos policías!”.
Estaba amaneciendo y desde la entrada los uniformados ya se alistaban en línea recta como muñequitos de guerra. Esperan a alguien importante, me dije, y definitivamente lo era. Se sabe que mi vecino entra y sale, sube y baja por los mismos ascensores que el resto de inquilinos, pero con un leve detalle: nunca se lo ve, no existe la posibilidad que te topes en el pasillo con él. Es mi vecino fantasma.