Se destaca en este mundo microbiano la presencia de los hongos que se nutren de descomposiciones orgánicas, ocupando un lugar destacado las especies del género Fusarium entre las cuales sobresale la que causa el terrible e incontrolable Mal de Panamá, azote de los plantíos de plátano y banano. La literatura técnica manifiesta que un gramo de tierra contiene entre 100 mil y un millón de unidades de multiplicación, que luego originarán verdaderas colonias de muerte. Sin embargo, sería injusto no expresar que conviven con ellas hongos y bacterias antagónicos, que en un momento dado se podrían convertir en sus depredadores, en estos casos benéficos y útiles a los sembríos, acción denominada control biológico, que no requerirá del nefasto empleo de químicos dañinos.
Pero ocurre que la contaminación por pesticidas, fertilizantes, residuos de actividades mineras, impacto de la erosión, ha llevado a la degradación de las áreas donde se plantan los productos agrícolas, precisamente porque se ha reducido al mínimo la cantidad de bacterias y hongos, no visibles, acompañada de la destrucción de lombrices, hormigas, caracoles, algas, etc. reduciendo la capacidad de reacción frente a los patógenos y en los procesos nutritivos de los vegetales superiores, fundamentos de la productividad y la seguridad alimentaria de los pueblos.
Es hora que se acometa en un programa nacional de evaluación del estado de las zonas bajo siembra, para cuantificar esa vital porción del suelo, determinar su riqueza mermada por el uso de pesticidas, fertilizantes tóxicos y labores inapropiadas, para luego aplicar planes concretos de recuperación, que son ejemplo en otros países de esencia y mentalidad agrícola donde se los practica con ventaja.