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Suicidarse en  una moto
Suicidarse en una moto
Por: Ricardo de la Fuente

Miércoles 23 Abril 2014 | 04:00

Invitado por la extensión universitaria de la Uleam y mi inolvidable exalumna Eneida Loor, en dos o tres oportunidades tuve que trasladarme a El Carmen y permanecer allí un par de semanas.

Ocasiones propicias, ambas, para ejercitar la intensa afectividad de que son capaces los manabitas del norte provincial. No olvidemos que los carmenses, como los de Flavio Alfaro,  no son sino choneros  que debido a la fragmentación cantonal, lucen en sus cédulas otro gentilicio. Obligado a alimentarme en algunos de los muchos comedores que jalonan la calle principal –en realidad la carretera a Quito junto a la cual se desarrolló la población- no era difícil encontrarse con un conocido o trabar conversa con otros comensales, gentes locales o de paso.

Pero por más interesante que fuera la charla, nunca dejaba de asombrarme con el paso de los motociclistas, que en El Carmen se comportan con hábitos supersónicos. Casi en su totalidad, allí  las motos no corren:  ¡vuelan!, como si en vez de combustible común llenaran los tanques con gasolina de aviación. Y esto no ocurre sólo en el casco urbano; también en parroquias, recintos y caminos rurales, esos caballitos de acero, que suman decenas y están por todas partes, se desplazan rugiendo temerariamente y al galope tendido, como si sus dueños no los hubieran comprado para movilizarse, sino con propósitos de autoexterminio.

Claro, las consecuencias están a vista. Con harta frecuencia, los motociclistas carmenses ocupan la llamada crónica roja cuando se matan estrellándose contra un auto, un bus, una pared u otra motocicleta. Casos hubo en que la moto se destrozó, y también su/s ocupante/s al rodar barranca abajo tras espectacular volada sobre un precipicio. Y nadie dice nada, porque le echan la culpa a la fatalidad.
Pues no, eso no es culpa del destino traidor, sino de una trasgresión que está tipificada como exceso de velocidad y que la policía no puede o no quiere controlar. ¿Llevarán, al menos, una estadística de los muertos y heridos? Buena pregunta para que la formule ante quien corresponda el corresponsal más cercano. Y si no encuentra respuesta, que el propio reportero lleve la cuenta de los accidentes, para que se asombre.
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