Está sentada en un piso alfombrado con hojas secas de plátano, sobre el que descansan piezas de barro en elaboración. 

Pone frente a sus piernas una vasija y la frota rápidamente con una piedra que sujeta con firmeza con su mano.

“Ahí le va haciendo que selle. Así ya no se le sale el agua ni nada que ponga adentro”, explica esta artesana  de 74 años que con su hermana Dorilda fabrican artículos de barro en la vía Portoviejo-Crucita, en el sitio Sosote.

Arte. La fabricación de las ollas toma mínimo siete días y requiere la destreza de saber cuándo pasar de una etapa a otra.

El primer día le dan la forma básica con una mezcla de agua, arena y barro. La fabrican desde la base hacia arriba. “Como mirando el cielo”, dice Raquel.

Sólo al siguiente día se la puede voltear y allí se la deja secar. 

Al tercer día se la pule con una especie de cuchara de mate y el cuarto se hace el “rebruñido”, es decir el pulido usando, para frotarla, una piedra. “No es cualquier piedra, hay que saber dónde se la consigue”, dice a medias, como queriendo ocultar un secreto.

Sólo con la sabiduría de sus años estas hermanas ya saben cuándo la olla debe pasar al fuego. La miran, la golpean y analizan el sonido que produce, y observan su coloración. Así, al quinto o sexto día pasan a un horno cavado en tierra, donde se cuece la vasija entre una y dos horas. Al séptimo día el producto puede estar listo para la venta. 

Conocimiento. Dorilda Román no cuenta cuántos años tiene. Su hermana dice que debe tener seis más que ella, o sea 80. Ha dedicado toda su vida al barro y se nota que sabe de lo que habla.

“Antes de Poza Honda usted encontraba barro por todos lados. Ahora ya es difícil. Es más duro encontrar buena tierra para trabajar”, dijo Dorilda.

Cuenta que ahora el barro lo traen del sitio Resbalón y la arena de Los Pocitos. “Usted no puede usar cualquier arena, sino esto no le sirve”, comenta con experticia.