Tengo 62 años. Conocí a don Pedro Zambrano Barcia y conservo un busto que le regaló a mi padre, el Dr. Hermes Bello Rodríguez, de don Eloy Alfaro, para su consultorio y que hoy es parte de mi consultorio. Después, sin duda alguna, de uno de mis hijos médicos que se radiquen en mi querido Portoviejo.
El Diario en esa época olía a sudor, a prensa, a madrugada; se construía día a día a mano, artesanalmente. Pero por la mañana ya estaba en circulación, les guste o no a las autoridades de turno.
También conocí a don Pedro Zambrano Izaguirre y sé de cerca los esfuerzos y las mil y una noche de desvelo por hacer crecer y desarrollar al Diario Manabita; fue sin duda un pionero en el arte de los medios de comunicación más moderno de nuestro querido Ecuador, acompañado de una gran mujer virtuosa de carácter emprendedor, la inolvidable matrona doña Nora Lapentti. Se vivieron épocas duras, pero El Diario a los manabitas no nos faltaba cada mañana.
Hoy está al frente don Pedro Zambrano Lapenta, quien enfrenta un reto generacional para mantener, mejorar, y progresar a nuestro Diario, que nos ha dado cabida a nuestras opiniones, a nuestra defensa personal por nuestro honor, por nuestra región. por nuestra vida.
Hoy es duro mantener un diario cuando la espada de Damocles se cierne sobre nuestras cabezas, que las opiniones adversas son penalizadas; al contrario, los elogios, las felicitaciones a los gobernantes de turno las miran como obligación.
Siempre la prensa será cuestionada; pero el silencio es el peor enemigo de un estado libre y democrático. Soy un hombre de pensamientos y principios liberales, jamás podré aceptar ni el adulo ni el esbirrismo para sobrevivir; es preferible caer luchando, defendiendo nuestros derechos, sin claudicar ni vivir de rodillas.
Recuerdo el gran incendio de la casa matriz del Diario Manabita, en las calles Pedro Gual y Ricaurte. Mi padre, como Jefe de de Bomberos, recién operado de apéndice, se batió con sus legionarios de la casaca roja para que las llamas no diezmaran a Portoviejo. Y el Diario Manabita, cual ave Fénix, renació desde las cenizas; y estoy seguro que, como ayer, hoy y mañana, con el esfuerzo y perseverancias seguirá en la ruta del progreso, no como sicario de tinta, sino como la tinta convertida en sangre, en corazón, en nervio, en ilusión, por ver a nuestro Manabí grande, convertido en el nuevo e inmerso polo de desarrollo de nuestro Ecuador.