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¡Qué precio tan alto!
¡Qué precio tan alto!
Por: Jorge Maldonado
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Miércoles 16 Abril 2014 | 04:00

Sé bien que es imposible de evitar, pero cuánto deseo se alimenta por volver atrás el progreso y estacionarnos en el momento previo al nacimiento de esas máquinas infernales.

 Es que en este momento coinciden en funcionamiento a “todo pulmón”, una motoniveladora, una gallineta y un tractor con buldozer, a 30 metros  de donde intento coordinar ideas para comunicar algo interesante. Y claro, lo que se destaca en mi mente es el tremendo ruido que meten en el ambiente las máquinas que trabajan en la esquina. Inevitable, pero molesto. Es el precio del progreso, pero qué caro, como todo y más, porque se trata del bien más demandado que es la tranquilidad. Y es peor por la comparación con otros momentos cuando las avecillas se preparan para su descanso y dan su último recorrido de inspección por su seguridad, silban y comunican resultados a sus congéneres. Alta inquietud y molestia ahora, paz y tranquilidad, entonces.

Los mayores ruidos provienen de los automotores, conducidos por gente que ya perdió el oído; que se hablan a gritos, que no escuchan ni su nombre si no es a martillazos. Hay que gritar, hay que eliminar la armonía, hay que perder la voz y convertirla en ronquidos. Hay que gritar para que la voz suene más fuerte que el callejero ruido.  Cuánta felicidad hay en la vida campesina que permite aún despertarse con la voz de las aves en lugar del traqueteo de los grandes automotores y descansar ídem. 
Cuánto bien haríamos si lográramos un acuerdo de buena voluntad, para incrementar el tiempo de todos los días que podamos vivir sin ruidos innecesarios. Porque algunos de ellos son inevitables; cómo parar los motores de los grandes transportes. Cómo evitar los gritos en el mercado. Cómo hacerse entender en medio de la batahola ruidosa de una cuadrilla de trabajo o del tránsito.
Tal vez podríamos reducir un poco la intensidad de los ruidos; a lo mejor, el dueño de la motocicleta que pasa varias veces al día, podría restituir el silenciador con que vino de la fábrica; y el conductor del bus urbano podría ponerle pausa a su aceleración; pero su efecto sería tan débil dentro del enorme ruido urbano que es ya parte estructural de una crisis que ha deteriorado la vida de la gente.
Solución entonces, no es que la ciudad vuelva a ser campo, sino que las personas vuelvan a vivir al campo, en donde la falta de ciertas comodidades se compensaría con la abundancia de tranquilidad, de paz y de silencio.
Claro que como esa es una solución muy difícil para la mayor parte de la población urbana, deberíamos propiciar el silencio, bajar el nivel de los ruidos innecesarios y aprovechar mejor el tiempo para recobrar la tranquilidad espiritual. Parecería una pérdida de tiempo que nos ocupemos del ruido, cuando hay tantos problemas que parecen prioritarios, pero su influencia en la salud física y mental lo convierte en problema muy importante para todos.
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