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Don Agustín
Don Agustín
Por: Childerico Cevallos
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Domingo 13 Abril 2014 | 04:00

Soy una de las personas que están opuestas a que se destruya el espacio que por decenas de años sirviera para recibir las naves aéreas, grandes y chicas, que tanta alegría y desarrollo trajeran a Portoviejo.

Contrario a permitir que aquella pista que pusiera a esta ciudad en el plano aéreo nacional e internacional, desaparezca por simple capricho de un moderno hacedor de todo que, obnubilado por un poder momentáneo, ofende a un pueblo despojándolo de un bien tan preciado por cualquier ciudad que aspira su desarrollo.
Formo parte de aquel grupo de habitantes que se resisten a aceptar la desaparición de una obra de servicio, que estando en plena capacidad de seguir empujando al progreso de la capital manabita, sea destruida vil e inmisericordemente, negándole con ello a un pueblo entero - y a los de su alrededor -, contar con esta manera de transporte acorde a esta época de los grandes avances tecnológicos, restándole fuerza a su crecimiento.
Soy partidario de aquel sentimiento espontáneo y – en este caso localista - que rechaza aquella maniobra egoísta de querer despojar a Portoviejo del aeródromo que tanto ha significado al cantón y a la provincia, facilitándoles una rápida comunicación con el resto del país.
Y, sobretodo, soy resistente a aceptar que una obra, con plena capacidad operativa, que puede entrar en funcionamiento tan rápidamente como se le devuelvan los equipos que le quitaron, sea destruida contrariando a la lógica y la razón y a ese deseo de progreso que todos demandan.
Porque no cabe permitir que luego de la inversión millonaria en adecentamiento del aeropuerto Reales Tamarindos, puerta de entrada y salida de negocios, esperanzas, turismo, seguridad y economía para la urbe, con un crecimiento moderado, pero sostenido en movimiento de pasajeros, draconianamente se disponga su desaparición haciendo terrible daño a la colectividad con rebatibles excusas.
Y hay muchos que piensan igual, porque sienten la ofensa que están haciendo con Portoviejo, la única ciudad en el país a la que le quitan en vez de darle.
Por ello es que inquieta, estimado don Agustín, escucharlo decir que apenas son cuatro acostumbrados a imponer su opinión, los que están contra de la desaparición del aeropuerto de Portoviejo.
Estimo que ha sido un improntus, una ligereza de expresión que suele suceder cuando, imbuidos de entusiasmo y buenas intenciones, creemos ver síntomas de oposición a la labor a emprender cuando los sentimientos, aunque discrepantes, son dirigidos al mismo objetivo.
Prudencia, tolerancia, equilibrio, respeto, son herramientas que facilitan el entendimiento y evitan abrir frentes de resistencias que surgen cuando uno se descuida y  da paso a la soberbia.
Que, estimo, no será su caso, don Agustín.
Si me lo permite,  sugiero aprovechar algún minuto que el presidente Rafael Correa, pueda dedicarle, para que le pida medite la posibilidad de comprobar la potencialidad de nuestro aeropuerto, dejándolo funcionar.  
Y con resultados,  entonces decidir. 
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