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Era sólo una arpía
Era sólo una arpía
Por: Walter Andrade
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Lunes 31 Marzo 2014 | 04:00

Era una arpía que en ocasiones se disfrazaba de dama, perdón de mujer. Pero como en el caso del mono que “aunque se vista de seda mono queda” igual pasaba con la arpía de esta historia.

Todo en ella, absolutamente todo, era falso, vacuo, plástico, superficial,  incluso su nariz, sus ojos, etc.  Nada era auténtico, excepto su maldad que se incrementó exponencialmente  cuando no pudo engañar a dos ancianos quienes a tiempo descubrieron  en su pérfida mirada de qué material estaba hecha, además de  lo corroído de su alma  que la imaginaron como una pila de fierros viejos, retorcidos y oxidados.  Su ritmo al andar  era directamente proporcional a su perversidad, pero con  variantes. Velocidad para ella, no significaba acción, sólo era el acto reflejo de un alma podrida: es que a veces creía que la perseguían  a pedirle cuentas por su pasado. Pero cuando caminaba lento con un estilo que parecía al de un paquidermo en estado vegetativo, esa sí era la señal inequívoca que el  veneno que llevaba por dentro había entrado en proceso de destilación para llevarlo después a un estado de ebullición y dejarlo listo para esparcirlo a cuanto cristiano se le pase por al frente.

La razón de que exista en el mundo un ser así, era motivo de apuestas en la ciudad.  Muchos creían que su crueldad provenía de algún gen extraviado de su cromosoma que  simplemente se contaminó. Otros decían que la atmosfera que la rodeó en determinado momento de su vida, la dañó irremediablemente y para siempre.   Pero esta teoría también fue desechada por cuanto no se logró demostrar  que la arpía de esta historia fuera igual a los animales: era peor. El aire que respiró en  determinada época,  aun siendo pecaminoso,  en ocasiones se podía percibir decencia. Finalmente, un hombre de mucha experiencia  que en silencio observa la naturaleza humana, muy conocido por cierto, afirmó: “Este es un ser especial, no hay otro igual,  porque mutó de humano a bestia en sólo años con un mínimo de neuronas para sobrevivir”.
En efecto, es tan especial que ha consagrado su vida al oropel. Sus limitadísimas neuronas solo están al servicio de lo ligero. Es de aquellas personas que de un cuadro miran el marco porque en todo y en todos sólo aprecia la envoltura. Se la conoce como el monumento viviente a lo frívolo y es portaestandarte exclusivo, único e indiscutible de todo lo baladí, trivial e insustancial  que hay en este mundo. ¡Qué pena por las arpías, qué clase de compañera  les llegó!
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