Para que sea el propio Presidente Correa quien, a efecto de resultados electorales haya asumido comportamientos que pudiendo ser políticos, conllevan un reconocimiento innegable de un pedido a gritos de un  cambio de conductas y actitudes, motivaciones que en la práctica ya está siendo receptado y ejecutado, a tal punto que ya se configura viabilizar necesarios cambios mediante una reforma constitucional que recupere la fortaleza perdida de la agrupación política oficial.

Se dio inicio al cambio de hombres y de nombres, se ha hecho público el reconocimiento del desgaste y lo negativo que a la fecha resultan las repetitivas cadenas nacionales, se revocan las mordazas dispuesta a los altos funcionarios con medios de comunicación privados, instrucciones estas que terminaron  siendo las causantes de mantener en el anonimato a altos funcionarios de gobierno, que pasando desapercibidos no han contribuido al cambio impuesto por la Revolución Ciudadana.

Se habla de errores cometidos por los excesos y abusos cometidos como el tema Bonil, para citar uno, que para muchos ha encumbrado al dibujante  a niveles de medir los efectos de una sabatina, de tres horas de locución, a una sola caricatura del artista, se creó el escenario a la medida para que crezcan a su gusto y antojo eventuales aliados que hoy se les adueñaron del tema de la reelección y enfrentan a sus propios ideólogos con aires de un triunfalista, desestimándolos y culpándolos de la derrota.

La falta de un relevo verdadero que encaje en la voluntad mayoritaria de la militancia del partido gobiernista es pública y real, no hay más candidatos para el Balón de Oro, y el Messi de la AP es intransferible a ningún costo; y no obstante esta meritocracia, para muchos actores esta repetición es compleja y conlleva riesgos.

De ahí que la reunión con las autoridades electas el 23F, propiciada por el propio Mandatario, más allá de necesaria para una saludable gobernabilidad, con un Mauricio Rodas con talla de gigante y convertido en la estrella de la reunión, refleja un reconocimiento al verdadero resultado del evento electoral, que es lo que obliga al cambio de conductas que nadie preveía, por lo menos a corto plazo.