El teléfono, la radio, refrigeradora, plancha, licuadora de la casa familiar, que habían sido comprados en los años 60, unos duraron más de treinta años, tenían la ventaja que podían ser arreglados; claro está, en esas épocas “la calidad y durabilidad” eran parte de los objetos y existía un señor que se llamaban radiotécnico, y este reparaba todo. Esos objetos que nos  acompañaron la infancia, la adolescencia y parte de la juventud, un buen día formaron nuestra colección, pues nos negábamos a abandonarlos; es que somos de esa generación a la cual nos enseñaron el valor intangible de los objetos.

Pero algo se cocinó allá fuera, unos dicen que tiene nombre de  modernidad capitalista nacida en la revolución industrial, que dio origen a los procesos de aculturación y a una sociedad volcada a las exigencias del mercado, no a las preferencias de los consumidores, ni a sus necesidades, ya que éstas se las puede crear con imágenes bien manejadas desde la propaganda, sugestión y cautivación.  Nos han embobado, ahora en esta aldea global todo es “un producto desechable”, ni bien estamos adaptándonos a un nuevo modelo o marca aparece otro más “in” con “mejores cualidades” y si hay dinero sobrante o posibilidad de endeudamiento, a comprar se ha dicho, y el otro aparatito a regalarlo, si encuentras quien lo quiera, o a la basura, porque está pasado de moda; por eso el manejo de los desechos inorgánicos en los basureros son ahora un serio problema para los municipios, ya no hay espacio para tantas toneladas que se acumulan día a día. 

Y eso no es todo, esta práctica del cambio y desecho de objetos, se trasladó a las personas, cambiamos de amigos, de pareja,  y lo peor de todo, a los “mayores” nos han convertido en producto más desechable, pues una vez que se deja de “ser productivo”, te jubilan en el trabajo y en la casa te comienzan a ver como un tv antiguo que ya no cabe en la sala, un casete de música que no tiene donde escucharse, una persona que dice cosas pasadas de moda y que anda guardando todo lo que encuentra. Ahora tengo la respuesta, estamos cosechando lo que creamos: al parecer somos “un producto” que una vez usado hay que desecharlo.