Una política coherente de fomento pecuario se basa en proporcionar las condiciones adecuadas para que la actividad se convierta en un negocio real para quienes con grandes esfuerzos e inversiones logran hatos para el abastecimiento fluido a la población, requiriéndose de manera urgente la fijación de un precio mínimo de sustentación que garantice ingresos remunerativos a los proponentes, en que el valor de la libra de ganado en pie corresponda cuando menos al 50% del nivel de transacción en los centros de mercadeo, es decir, una especie de “indexación”, o sea que si se expende a 2,50 dólares la libra, los hacendados reciban 1,25, mecanismo no ajeno a nuestra realidad agrícola, porque ya se utiliza con éxito con los cañicultores, respecto de la libra de azúcar.

Esa justa medida para que sea efectiva debe ir acompañada de la obligada instalación de micro sitios de faenamiento en algunos lugares estratégicos de la costa, así como normas que frenen la importación de carne, altamente subsidiada de manera directa o través de los insumos que emplea, que compite negativamente con la nacional; y también impedir la compra masiva de vísceras que en los países desarrollados se desechan, pero que en el nuestro cierra la posibilidad de entradas adicionales para los productores, quienes por falta de demanda, las convierten en desperdicios; será indispensable además una verdadera campaña que aumente el reducido consumo de carne, muy distante de los mínimos establecidos por los organismo mundiales de salud y nutrición.

De aceptarse sin dilaciones, la petición del organismo gremial, se habrá dado un paso significativo para alcanzar la  meta de autosuficiencia, eliminando las nocivas importaciones y convertirnos en exportador a partir del año venidero, de lo contrario será una expresión ilusoria más, de irrealizables planes estatales.