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Mauro Guillem Zambrano
LOS PELUCANES

"Curiosa transformación de un estado a otro en los seres vivos en ejercicio de la política”. Parecería una definición a ser incluida en la Fundéu, para describir el comportamiento de funcionarios públicos y dignatarios de elección popular en la actividad política actual.

Miércoles 11 Septiembre 2013 | 00:00

Se caracterizan por dos aspectos centrales en su conducta: La primera hace relación a heredar una serie de comportamientos de la tradicional peluconería, como por ejemplo, la ambición de riqueza, la actitud de prepotencia, el uso del doble discurso y la doble moral, la utilización de triquiñuelas legales para imponer sus objetivos, la manipulación de la gente, la persecución a quienes los critican, en definitiva por esta vía, parecerse a los nobles pelucones de la partidocracia. El segundo tiene que ver con el más leal y fiel de los animales: Han elevado la obediencia ciega a la categoría de virtud. La incondicionalidad obsecuente a la categoría de mérito. Y el engaño y el cinismo a la categoría de habilidad política.

Los pelucones, designación peyorativa que se hace hoy en día, en recordación a los nobles que en la monarquía usaban pelucas, como señal de distinción del resto de la sociedad de ese entonces, indicador de riqueza y poder en dicha sociedad, debían obediencia ciega al rey, único camino que les permitía conservar los privilegios que le otorgaba el monarca. Existe una morbosa relación neurótica entre estos dos elementos: la ambición y la obediencia, el poder y la sumisión, que los predispone a continuos conflictos entre ellos mismos. ¿Cuáles son los síntomas para poder detectarlos? Hace falta solamente un poco de observación. Donde usted vea  a funcionario público que mueva la cabeza porfiadamente o aplauda lambonamente para dar a entender que lo que dice su jefe es la verdad, aunque vaya en contra de los intereses de los ecuatorianos, ahí está un pelucán. Cuando observe a alguien que engañe cínicamente para decirnos mentiras, ahí tenemos otro pelucán. Y cuando anteponen sus intereses y el de sus jerarcas a los de la comunidad, sin importarles el daño que  hacen, estamos ante el peor de los pelucanes. 
Se prestan para ser utilizados en la desaparición de nuestras instituciones  a cambio de beneficios personales. Defensores de la naturaleza hasta hace poco, hoy altisonantes voces para la explotación del Yasuní. Corren presurosos a suscribir manifiestos públicos en donde ponen de relieve su servilismo. Han hecho de la dignidad personal un simple valor de cambio.
Resta por preguntarse, si esta trasmutación genética en la política, que les hace repetir canciones y estribillos revolucionarios que no entienden, menos aún comparten, hace bien o no al futuro del país y la provincia o constituyen una aberración contraria a la institucionalización del Ecuador, que lucha por desterrar los rezagos de conductas feudales.
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