Mucho se habla hoy en día de leyes reguladoras para el ejercicio médico, algunas de ellas absurdas que no incluyen el verdadero dogma de la medicina.
Todos, o por lo menos particularmente hablando, entramos a la universidad decididos a salvar vidas, ayudar al prójimo; pero pienso cada día más en si seguir en este camino, si seguir intentándolo o abandonarlo.
Ninguna otra profesión como la nuestra implica tanto riesgo, tanto sufrimiento. ¿Cuántos de nosotros hemos llorado por ver partir una vida que se nos escurre de entre las manos? Lo nuestro no es una profesión, queridos colegas; va más allá de eso. El errar es humano dicen muchos, pero se admite para todos, menos para nosotros; nuestros errores no son aceptados porque estos se pagan con sangre, no se tapan con cemento ni adornan con flores.
El Estado nos controla cada vez más, pero no nos protege, no está en una sala de emergencia cuando eres amenazado con armas por familiares de la víctima de algún conflicto y obligado a salvarle la vida, aún cuando no haya más nada por hacer. ¿Y dónde están esas leyes que dicen regularnos mas no defendernos…? ¿O es que acaso nuestro sufrimiento no vale igual que el de nuestros pacientes? ¿O sus familiares? Ya no hay garantías suficientes para el ejercicio profesional, he visto médicos perder a sus familias por no pasar suficiente tiempo con ellas; y me cuestiono si debo acaso seguir exponiendo mi vida, mi salud y mi libertad por la del otro, pues a veces el precio de salvar una vida es que toca dar la tuya…
Tengo mucho por andar y aprender, pero ninguna clase de universidad me preparó psicológicamente para enfrentar la muerte tan de cerca.