Actualizado hace: 927 días 18 horas 21 minutos
Lenin Manuel Moreira
En la mira del delincuente

Así se encuentra la ciudadanía de bien ante la acción delictiva galopante –que la grafican y reportan, a diario, las crónicas de periódicos, radios y canales de televisión- que tiene su soporte por la venalidad de algunos jueces, la osadía criminal, la medrosía colectiva, determinados agentes corruptos y a la disposición del ministerio de Gobierno, ahora del Interior, de la prohibición de portar, aunque sea legalmente, arma el ciudadano común.

Jueves 08 Agosto 2013 | 00:00

Una sociedad ideal, y desde luego quimérica o utópica, es aquella en donde los hombres vivan en completa armonía; y que el trabajo, como decía José Ingenieros, sea no una odiosa obligación sino un agradable pasatiempo. Pero la tangible realidad es que vivimos en un mundo de fieras, las ciudades convertidas en “junglas de asfalto” y los sectores rurales escenarios adecuados para ejercer el delito, despojo y crimen en solitario, factor aliado de la impunidad.
Debo reconocer que creo en la obra ejecutada por el Ejecutivo y su pragmático idealismo visto con su percepción individual-social, aplaudida por las cinco sextas partes de la comunidad ecuatoriana; así como  convengo que la delincuencia, no el delito, tiene como causa primordial la inequidad, la injusticia, el analfabetismo, la pobreza, las conciencias mágicas e ingenuas.  Pero eso es una problemática histórico-cultural que no la va solucionar este Gobierno ni otros venideros, porque la delincuencia sentó sus reales como “pertenencia” cultural porque se sabe paralela ante la corrupción de los de cuello y corbata, los trust financieros de las mafias políticas y cuentan con la cobardía colectiva y ahora con el “hándicap” de un pueblo desarmado.
La sevicia y natural maldad del delincuente y potencial criminal y asesino, que en el fondo es un cobarde porque sólo ataca cuando tiene ventaja, ha generado en él el soporte ortodoxo de la plataforma jurídica que le da “derecho” a la defensa, donde la habilidad de su abogado encontrará en su historial familiar y social las causas sustanciales de su acto; y terminará siendo la víctima y el agredido o muerto, el acusado, porque tentó, con su condición económica, el detonante para que ese “pobre marginado social” cometiera la infracción.
La opción es andar armado para repeler el ataque y estar dispuesto a morir contraatacando. Si los ciudadanos actúan de esa manera, la delincuencia común –no la de cuello y corbata- disminuiría en porcentajes significativos. O vives en una ciudad libre de barrotes y en ambiente de paz o mueres en el intento. No hay alternativa. 
El Gobierno, los poderes Judiciales y Legislativos y la colectividad ecuatoriana deben marchar unidos contra la delincuencia y combatirlos y reprimirlos con la ley y con las armas a su alcance. Es la única forma de disuadirla. ¡No hay tregua!
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