Hoy, que en muchos países del mundo se celebra el Día Universal de las Madres, realizo un balance retrospectivo del tiempo que ha pasado inexorablemente rápido para nosotros como familia, pero gracias a Dios, felizmente unidos en todo este periodo. Crecieron sin darme cuenta, ahora ustedes son grandes, atentos, cariñosos, inteligentes, y muy sutiles. En mis prioridades de vida ocupan el puesto número uno, ¡como debe ser!. A veces no se qué hacer, ni qué decir, son tan profundos en sus palabras u opiniones que me dejan sin habla. Sé que en todo este tiempo me han observado constantemente y han “tomado nota” de cada palabra, actitud, o desempeño diario; por ello he puesto cuidado en lo que hago y digo, y sobre todo he tratado de poner en práctica todo lo que discuto, es decir he tratado de “predicar con el ejemplo”.

Les contaré, hijos de mi corazón, que la vida es como una escalera, pero no fuerte y maciza como quisiéramos, todo lo contrario. Para mí, ha habido clavos, astillas, tablas rotas y escalones sin tablas. Pero todo el tiempo he estado subiendo, llegando a los descansos, doblando las esquinas, a veces yendo en medio de la penumbra, pero nunca me he dado por vencida. La presencia de ustedes, la mano amorosa y el hombro fuerte de vuestro padre, mi compañero-ojalá hasta el fin de mis días- ha sido mi mayor fortaleza donde he reposado mis múltiples fatigas y tristezas.

Ahora estoy todavía cerca, junto a ustedes -ojalá por un buen tiempo- para con un abrazo y un beso enjugar una lágrima de amor, para ayudar a levantarlos de una caída, y curar con ternura un raspón de entusiasmo juvenil. Por eso hijos míos,  solo les diré que yo todavía estoy subiendo por ustedes la escalera de mi vida. Son mi razón de vivir. Su madre