Estas dos virtudes, diáfanamente exhibidas por dos hombres en estos últimos días, le dan una nueva connotación a la religión católica, la que en América Latina alberga a la mayor cantidad de fieles en el mundo.
Al ahora emérito Benedicto XVI -respetando todo criterio y por sobre todas las cosas- es un íntegro y honrado hombre. Poseedor de un inmenso poder y cuando muchos otros humanos tratan de perennizarse en el momentáneo cimero lugar que detentan, según el rango o posición que ocupan al, por lo regular, haber sido elegidos por el pueblo o por un ente facultado a ello; contrariamente, Benedicto con mucha valentía, pero con más honradez que otra cosa, evaluando su edad, sus condiciones físicas y por ende sus capacidades versus sus inmensas responsabilidades, hizo lo que nadie imaginó, renunció a ese verdadero trono y cruz que es el papado católico. Muchos le imputan y censuran su posible temor a la actual problemática del catolicismo, afectado por algunos sucesos fundamentales de variada índole que llegan a la sexualidad del sacerdocio, la natalidad, y hasta por una suerte de espionaje e intrigas internas en el Vaticano. Ciertas o no esas últimas especies, él tuvo la honradez de ceder el paso a quien pueda realizar lo que supo no podía resolver.
La sorpresa es que los primados cardenalicios dieron un golpe de timón a la historia, eligiendo por primera ocasión para que lo suceda, a un jesuita y latinoamericano-argentino, quien escogió también por primera vez el significativo nombre de Francisco. Y contrariando el estereotipo atribuido a nuestros paisanos -especialmente en el ambiente futbolístico- el papa Francisco se asomó al balcón de la plaza de San Pedro con una sonrisa amable y sencilla, para a paso seguido dar muestras de lo que considero su principal virtud, su humildad, demostrada ésta al pedir orar por su antecesor y luego, que todos lo hagan también por él. Aparte de todos los méritos que sin duda lo deben adornar y que habrán sopesado los cardenales que lo eligieron, este nuevo Papa, así también personalmente y respetando otros criterios, me impactó por su buen talante, pero más que nada por la humildad de los actos que aludo.
En los siguientes días ha venido corroborando lo anotado y poco a poco el Papa irá demostrando su talento en el enfrentamiento de los asuntos que caerán en sus manos y de cuya sabia resolución depende el futuro de la religión que el sur de este continente heredó de quienes nos conquistaron hace más de 5 siglos. ¡Buen viento y buena mar a su santidad Francisco en la conducción de esta barca!.
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