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Las claves son un clavo
Las claves son un clavo
Por: Ricardo de la Fuente

Martes 26 Marzo 2013 | 00:00

Soy bastante bueno en el difícil arte de perder las llaves, o de dejarlas olvidadas por ahí.

La semana pasada, sin ir más lejos, estuve hecho un lío porque no encontraba el llavero de mi automóvil, inexplicablemente extraviadas en el corto trayecto que media entre el dicho vehículo y la parte interior de mi casa. Busqué, rebusqué, interrogué a supuestos testigos y nada; las llaves no aparecían. No me preocupé en exceso porque, como solía decir mi abuela, “lo que no se llevan los ladrones aparece en los rincones” y al siguiente día, las muy perdidas reaparecieron, sonrientes, en el interior de la caja de herramientas.  Quiero creer que se cayeron ahí dentro. No es un problema de la edad. Recuerdo que cuando era reportero de “El Imparcial”, tuve una noche de pesadillas tratando de entrar a mi departamento por una estrecha ventana, a causa de que las llaves habían querido quedarse en casa de un amigo, donde un asado de mediodía duró hasta las 2 de la madrugada. Y no era cosa de andar despertando a toda una familia. Finalmente dormí en un hotel. Cuento estos vergonzosos episodios porque las llaves se le pierden a todo el mundo, así que nadie tire la primera piedra. No por nada, había un llavero que ostentaba una graciosa leyenda: “Aquí están las p…. llaves” y otro tuve que respondía con un sonoro bip-bip-bip cuando el dueño silbaba en escala ascendente. El problema era que sonaba a cada rato sin que se lo pidieran y de todas maneras, terminó perdiéndose.
Ahora bien, la vida moderna nos ha traído, además de las llaves, las claves, que son parientas idiomáticas y sirven para lo mismo: para entrar a alguna parte y para que se pierdan.
Las claves son llaves sin metal ni llaverito, consisten en una combinación de letras, números  o una mezcla de ambos y se usan –ahora- para todo: para activar y desactivar alarmas, para operar los cajeros automáticos, tarjetas de crédito, entrar a los portales de internet, acceder a cuentas, pagar servicios, presentarse en sesiones masónicas, calificar a los alumnos, bloquear el teléfono, desbloquear el encendido del carro, abrir la caja fuerte  e infinidad de otros trámites a que obliga la digitalizada actualidad. Quien no tiene muchas claves que recordar, no está en nada y por eso, lo mejor es ir anotándolas en algún lugar seguro, donde uno pueda encontrarlas cuando las necesita y burlar así los progresos del Alzheimer.
A propósito…¿a dónde diablos habré anotado todas mis claves?
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